Con frecuencia escuchamos decir que no queremos minería, ni superficial, ni subterránea, porque “la minería es responsable de toda la degradación ambiental mundial”, señalamiento que no aparece descrito en ningún reporte del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), en ningún reporte del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en ningún reporte de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en ningún reporte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), ni en ningún reporte de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), porque toda entidad científica internacional que estudia problemas ambientales y sociales a nivel global, se cuida de apoyarse estrictamente en la verdad científica a la hora de establecer responsabilidades sobre la degradación ambiental.

Pero ahora, cuando el mundo ha cumplido su primer semestre de traumática e impensada paralización por una pandemia de coronavirus que podría llegar a durar un año haciendo mucho daño, tenemos una excelente oportunidad para hacer un ejercicio de simulación de una total paralización de las operaciones mineras y petroleras mundiales durante un año, escenario hipotético donde lo primero que ocurriría el primer día sería que miles de antimineros del mundo entero saldrían a celebrar al conocer la noticia del paro total, mientras 7 mil millones de personas saldrían despavoridas a abastecerse del gasoil, gasolina, gas natural, y gas licuado de petróleo remanente en las estaciones de expendio, donde se formarían largas filas de ciudadanos tratando de abastecerse de esos escasos combustibles, se producirían grandes trifulcas, algunas mortales, por ocupar lugares preferenciales, la gente no podría ir a sus trabajos por estar esperando turnos en las filas, los empresarios, comerciantes, industriales y hoteleros utilizarían su poder económico para que esos combustibles sean reservados exclusivamente para ellos, los gobiernos militarizarían las estaciones de expendio de combustibles para tratar de aplacar el caos social, y restablecer el control operacional, y comenzaría el acaparamiento y el pernicioso mercado negro de altos precios, todo fuera de control, y cada día peor.

Terminada la primera semana ya se habría terminado todo el combustible disponible en las estaciones de expendio y en los depósitos, no porque se haya consumido, sino porque ya habría sido acaparado por quienes más poder económico y político tengan en ese momento, ya el tránsito estaría reducido a su mínima expresión, principalmente el transporte público y el transporte de alimentos que haría escasear y encarecer alimentos, las ambulancias, camiones de bomberos y autos patrulleros estarían varados por falta de combustibles, las plantas eléctricas estarían limitando su producción de energía a unas pocas horas al día, los hospitales comenzarían a limitar sus servicios por falta de energía eléctrica, salvo aquellos hospitales que cuenten con paneles solares, los que podrían operar normalmente durante las horas de radiación solar, pero tendrían dificultades con el horario nocturno sin radiación solar.

Ya para la segunda semana se habría agotado la mayor parte del gas de cocinar almacenado en hogares y en estaciones de expendio, y la gente comenzaría a depredar los bosques para obtener leña y para producir carbón vegetal para la cocción de los alimentos, pues nadie se quedaría de brazos cruzados ante el hambre particular y familiar, y comenzaría de inmediato un creciente mercado de leña y carbón vegetal para suplir a hogares y a pequeñas industrias. Ya habría muy pocos vehículos dando servicios de transporte público y la gente tendría serias dificultades para desplazarse a los principales centros urbanos, a los hospitales, a las escuelas y a las universidades. Las líneas aéreas y las navieras comenzarían a suspender sus servicios por no disponer de combustibles para aviones y barcos, y todo su personal sería despedido hasta que se restablezcan las condiciones, por lo que los suministros de alimentos y medicamentos quedarían varados en puertos y aeropuertos, el hambre y las enfermedades se extenderían, y se multiplicarían los robos de alimentos, de agua potable y de medicamentos, y el caos total parecería el apocalíptico día final.

Se detendría la producción de oro, plata, cobre, zinc, aluminio, níquel, hierro, carbono, acero, estaño, coltán, uranio, radio, etc, y por tal razón se detendría la producción de teléfonos celulares, computadores, televisores, refrigeradores, autos, repuestos para autos, paneles solares, equipos de rayos X, tomógrafos y sonógrafos clínicos, etc., y tendríamos serias dificultades para producir medicamentos porque no habría carbonato de calcio, ni sulfato de calcio, ni alúmina, ni óxido férrico, ni azufre, ni baritina, ni caolín, etc, y no tendríamos antisépticos, ni desinfectantes, ni antianémicos, ni antiácidos, ni antidiarréicos, ni laxantes, ni muchos de los medicamentos que usamos cada día.
No habría cemento Portland, ni arena, ni gravas, ni varillas de acero, ni vigas de acero, ni mármol, ni cerámicas, y por tal razón se paralizaría por un año el sector construcción, con lo cual se afectaría la economía de cada nación.

Y aunque este texto es un ejercicio de pura ficción que jamás podría ocurrir en un mundo de razón, la realidad es que hay personas que sueñan con lograr este escenario de ficción para disfrutar el sufrimiento de la población.

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