Un nuevo diluvio “universal” que amenaza con ahogar a buena parte de la nueva clase política se ciñe de nuevo sobre España. Los seguidores de Pedro Sánchez, convencidos de que, tras el naufragio de su administración, no hay futuro en la nave del PSOE, se debaten entre sumarse a otras filas, bien silenciosamente o con ruido. La otra opción es permanecer impertérritos ante una causa que a priori parece perdida.

Después de cinco meses de negociaciones, el rey Felipe VI proclamaba oficialmente lo que a todas luces era del conocimiento general. No existía candidato con el apoyo necesario para que el Congreso le otorgara su confianza. Lo de Sánchez había sido una entelequia al más puro estilo Luces de Bohemia. Los ciudadanos deberían pasar de nuevo por las urnas. Las cuartas elecciones en menos de cuatro años, sin contar el cambio de gobierno provocado por la moción de censura.

Las elecciones de abril presagiaron que sólo con una mayoría posible desde la izquierda se podía cambiar rumbo al país. Los cuarenta y dos diputados de la radical Podemos, los llamados con condescendencia “socios preferentes”, en un principio, y el apoyo de nacionalistas eran la llave para abrir una etapa diferente.

Sin embargo, pactar con Podemos hubiera alejado al PSOE del centro, que es lo que le permitió la victoria y Sánchez no quería atar Ministerios claves a personas que no fueran de su entera confianza, así que el golpe fue fallido para todos. Frustrado el gobierno de coalición, nave a la deriva, no se ve puerto seguro por ninguna parte. Las fichas están en la casilla de salida para un nuevo juego.

Al compás del artículo 99 de la Constitución Española comienzan los preparativos para una nueva repetición electoral dentro de la normalidad democrática. En la práctica, los partidos españoles transitan la palestra pública como si estuvieran en campaña, desde los comicios legislativos de diciembre de 2015. Durante todo este tiempo, políticos de todos los colores han estado enzarzados con enfrentamientos sobre cuestiones de diversa índole, desde la corrupción, pasando por los recortes del PP cuando gobernaba, o las tensiones independentistas en Cataluña.
Ahora, si cabe, la situación está más enrarecida porque, a pesar de que cualquier escenario es válido para la réplica mordaz y sanguinaria, se vive un contexto de enfado, preocupación y decepción de parte de la sociedad, que ha visto la desunión de la izquierda, la falta de estrategia de la derecha y, sobre todo, la falta de interés verdadero para lograr un acuerdo de gobernabilidad.

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