Introducción

Ahora en la República Dominicana está sobre el tapete la figura del Nuncio Lino Zanini, por su participación hace 60 años frente a la tiranía de Trujillo y se ha popularizado con la publicación del libro de Benjamín Rodríguez Carpio dedicado a él, del cual ha tenido varias presentaciones en el país y se hará en el futuro en otras naciones.

Me parece interesante y oportuno difundir el Decálogo para los Nuncios del Papa Francisco. Lo haremos en dos entregas. En verdad, estos 10 criterios van dirigidos para los Nuncios, pero valen para cualquier persona.

1- El nuncio es un hombre de Dios
“Ser un “hombre de Dios” significa seguir a Dios en todo y por todo; obedecer sus mandamientos con alegría; vivir por las cosas de Dios y no por las del mundo; dedicarle libremente todos los recursos, aceptando con un espíritu generoso los sufrimientos que surgen como resultado de la fe en Él.

El hombre de Dios no engaña ni defrauda a su prójimo; no se deja llevar por los chismes y calumnias; conserva la mente y el corazón puros, preservando los ojos y los oídos de la inmundicia del mundo. No se deja engañar por los valores mundanos, sino que mira a la Palabra de Dios para juzgar lo que es sabio y bueno. El hombre de Dios intenta seriamente ser «santo e inmaculado en su presencia» (cf. Ef 1,4).

El hombre de Dios es aquel que practica la justicia, el amor, la clemencia, la piedad y la misericordia. El nuncio que se olvida de ser hombre de Dios arruina a sí mismo y a los demás; va por fuera del rail y daña también a la Iglesia, a la cual ha dedicado su vida”.

2- El nuncio es un hombre de Iglesia
“Al ser un representante pontificio, el nuncio no se representa a sí mismo, sino a la Iglesia y, en particular, al sucesor de Pedro. Cristo nos advierte de la tentación del siervo maligno: «Pero si aquel siervo malo se dice en su corazón: “Mi Señor tarda”, y se pone a golpear a sus compañeros y come y bebe con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los hipócritas» (Mt 24,48-51).

El nuncio deja de ser “hombre de Iglesia” cuando inicia a tratar mal a sus colaboradores, al personal, a las monjas y a la comunidad de la Nunciatura como un mal jefe y no como padre y pastor. Es triste ver a algunos nuncios que afligen a sus colaboradores con el mismo desagrado que recibieron de otros nuncios cuando eran colaboradores. En cambio, los secretarios y consejeros han sido confiados a la experiencia del nuncio para que puedan formarse y florecer como diplomáticos y, si Dios quiere, en el futuro como nuncios.

Es feo ver a un nuncio que busca el lujo, los trajes y los objetos “de marca” en medio de personas sin lo necesario. Es un contra-testimonio. El mayor honor para un hombre de la Iglesia es ser “siervo de todos”. Ser hombre de la Iglesia también requiere la humildad de representar el rostro, las enseñanzas y las posiciones de la Iglesia, es decir, dejar de lado las convicciones personales. Ser un hombre de la Iglesia significa defender valientemente a la Iglesia ante las fuerzas del mal que siempre intentan desacreditarla, difamarla o calumniarla.

Ser hombre de Iglesia exige ser amigo de los obispos, de los sacerdotes, de los religiosos y de los fieles, con confianza y calor humano, llevando a cabo a su lado la propia misión y teniendo siempre una mirada eclesial, es decir, de hombre que se siente responsable de la salvación de los demás. Recordemos siempre que la salusanimarum es la ley suprema de la Iglesia y es la base de toda acción eclesial”.

3- El nuncio es un hombre de celo apostólico
“El nuncio es el anunciador de la Buena Nueva y al ser apóstol del Evangelio tiene la tarea de iluminar el mundo con la luz del Resucitado, de llevar a Cristo a los confines de la tierra. Es un hombre en camino que siembra la buena semilla de la fe en los corazones de quienes encuentra. Y aquellos que se encuentran con él deberían sentirse, de alguna manera, interpelados.

Recordemos la gran figura de san Maximiliano María Kolbe que, consumado por el ardiente celo por la gloria de Dios, escribió en una de sus cartas: «En nuestros tiempos constatamos, no sin tristeza, la propagación de la “indiferencia”. Una enfermedad casi epidémica que se está propagando en varias formas, no solo en la generalidad de los fieles, sino también entre los miembros de los institutos religiosos. Dios es digno de gloria infinita. Nuestra primera y principal preocupación debe ser la de darle alabanza en la medida de nuestras débiles fuerzas, conscientes de no poder glorificarlo cuanto Él merece. La gloria de Dios brilla sobre todo en la salvación de las almas que Cristo ha redimido con su sangre. Recordemos también las palabras de san Pablo: «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Co 9,16). Es peligroso caer en la timidez o en la tibieza de los cálculos políticos o diplomáticos o incluso en lo “políticamente correcto”, renunciando al anuncio”.

4- El nuncio es un hombre de reconciliación.
“Una parte importante del trabajo de todo nuncio es ser un hombre de mediación, de comunión, de diálogo y de reconciliación. El nuncio siempre debe tratar de ser imparcial y objetivo, para que todas las partes encuentren en él al árbitro correcto que busca sinceramente defender y proteger solo la justicia y la paz, sin dejarse nunca involucrar negativamente.

Siendo un hombre de comunicación, «la actividad del representante pontificio ofrece sobre todo un valioso servicio a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a todos los católicos del lugar, los cuales encuentran en él apoyo y tutela, en cuanto él representa a una Autoridad Superior, que es para beneficio de todos. Su misión no se sobrepone al ejercicio de los poderes de los obispos, ni lo reemplaza ni lo obstruye, sino que lo respeta y, es más, lo favorece y lo apoya con el consejo fraternal y discreto»
Si un nuncio se encerrase en la nunciatura y evitara encontrarse con la gente, traicionaría su misión y, en lugar de ser un factor de comunión y reconciliación, se convertiría en obstáculo e impedimento. Nunca debe olvidar que representa el rostro de la catolicidad y la universalidad de la Iglesia en las Iglesias locales dispersas en todo el mundo y ante los Gobiernos”.

5- El nuncio es un hombre del Papa
“Como representante pontificio, el nuncio no se representa a sí mismo, sino al Sucesor de Pedro y actúa en su nombre ante la Iglesia y los gobiernos, es decir, concreta, implementa y simboliza la presencia del Papa entre los fieles y las poblaciones. Es hermoso que en varios países la Nunciatura se llame “Casa del Papa”. Ciertamente, todas las personas pueden tener reservas, simpatías y antipatías, pero un buen nuncio no puede ser hipócrita porque el Representante es un trámite, o mejor dicho, un puente de conexión entre el Vicario de Cristo y las personas a quienes ha sido enviado, en una zona determinada, para la cual ha sido nombrado y enviado por el Romano Pontífice.

Siendo enviado del Papa y de la Iglesia, el nuncio debe estar predispuesto para las relaciones humanas, tener una inclinación natural para las relaciones interpersonales, es decir, ser cercano a los fieles, a los sacerdotes, a los obispos locales y también al resto de diplomáticos y a los gobernantes. El servicio del representante es también el de visitar las comunidades a las que el Papa no es capaz de llegar, asegurándoles la cercanía de Cristo y de la Iglesia.

Siendo “representante”, el nuncio debe actualizarse continuamente y estudiar, para conocer bien el pensamiento y las instrucciones que representa. También tiene el deber de actualizar e informar continuamente al Papa sobre las diferentes situaciones y sobre cambios eclesiásticos y sociopolíticos del país al que ha sido enviado. Por eso, es indispensable tener un buen conocimiento de sus costumbres y posiblemente de la lengua manteniendo la puerta de la Nunciatura y la de su corazón siempre abiertas a todos”.

Conclusión

CERTIFICO que el “Decálogo para los Nuncios” del Santo Padre Francisco ha sido transcrito literalmente.

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los cinco (5) días del mes de febrero del año del Señor dos mil veinte (2020).

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