Introducción
Este domingo celebramos en toda la República Dominicana el Día de las Madres, una de las fechas más queridas y sentidas por nuestro pueblo. Es una ocasión especial para rendir homenaje no solo a la figura materna en el ámbito familiar y espiritual, sino también para reconocer su presencia en todos los espacios de la vida humana: en la Iglesia, en la sociedad, en la cultura, en la economía, en la educación y en los caminos cotidianos de la historia.

Como hijo que guarda con amor el recuerdo de su madre ya difunta, deseo compartir con ustedes estas reflexiones para agradecer y para iluminar. La maternidad es un don que toca todos los aspectos de la existencia humana, y merece ser celebrada con profundidad y con justicia. Presento siete dimensiones de la maternidad que creo esenciales para comprenderla y honrarla en su plenitud.

1-La maternidad como vocación y don sagrado de Dios
La maternidad es, ante todo, una vocación. No simplemente una función natural, sino una llamada divina que dignifica a la mujer y la une de forma íntima al misterio de la creación. Desde el momento en que una mujer concibe, está cooperando con Dios en el milagro de la vida. Esta realidad, tan común y tan sublime, nos obliga a mirar a la madre con reverencia.

El ser de madre va siempre más allá de lo biológico, y esto precisamente se expresa en el amor, en la paciencia, en la entrega incondicional, en la capacidad de sostener la vida con ternura aún en medio del dolor. Por eso, cada madre, sea biológica, adoptiva o espiritual, participa del rostro maternal de Dios, como nos lo revela la Escritura en pasajes donde el Señor se compara con una madre que nunca olvida a sus hijos.

2-La madre en la vida familiar
En el seno de la familia, la madre es muchas veces el primer rostro del amor, el primer abrazo, la primera voz. Es ella quien educa en la sensibilidad, en la compasión, en la generosidad. Ella forma el corazón humano en sus primeros pasos, y esto no se olvida jamás.

Pero, además, la madre es escuela viva de valores. En nuestras familias dominicanas, es frecuente que sea la madre quien transmite el respeto, la solidaridad, el sacrificio, la fe y la responsabilidad. Ella enseña con el ejemplo más que con palabras, y lo hace desde el alba hasta la noche, muchas veces sin descanso.
La sociedad debería proteger y valorar esta labor silenciosa, sin la cual ninguna nación puede sostenerse. La familia, célula básica de la sociedad, necesita del rostro materno para mantener su humanidad.

3-La madre en la sociedad
La madre, además de transformar el hogar, también la sociedad. Muchas madres dominicanas se levantan de madrugada para trabajar, para sostener con esfuerzo a sus familias, para buscar con dignidad el pan de cada día. Otras son líderes comunitarias, profesionales, emprendedoras. Otras más, defensoras del medioambiente, voluntarias, cuidadoras de los más vulnerables.

La maternidad no limita la participación social; al contrario, la enriquece. Porque la madre lleva consigo una mirada particular sobre la vida, una sabiduría adquirida en el servicio y en el sacrificio. Es urgente, pues, que nuestras políticas públicas, nuestras leyes laborales y nuestros entornos laborales reconozcan la dignidad de la maternidad. Que ser madre no signifique discriminación ni obstáculos, sino reconocimiento y apoyo.

4-La madre en la Iglesia
En la vida de la Iglesia, la figura materna es insustituible. Las madres son muchas veces las primeras evangelizadoras, las que introducen a los hijos en la fe. Pero también son catequistas, misioneras, servidoras incansables en las parroquias, en las comunidades, en las distintas pastorales.

Como María, que acompañó a Jesús hasta la cruz y luego fortaleció a los discípulos en la espera del Espíritu Santo, tantas madres hoy sostienen la vida eclesial con su fe firme. No buscan títulos ni protagonismo; buscan sencillamente servir.

La Iglesia necesita del genio femenino y del corazón materno para ser verdaderamente familia de Dios.

5-Las madres difuntas
No podemos celebrar este día sin recordar con amor a las madres que ya partieron a la Casa del Padre. Muchas veces, el solo recuerdo de una madre es suficiente para sostenernos en una hora difícil.

La fe nos enseña que el amor no termina con la muerte. Las madres difuntas interceden por nosotros, y nosotros podemos, desde la tierra, orar por ellas, ofrecer la Santa Misa, mantener encendida la llama de la gratitud. En este domingo, invito a todos los fieles a dedicar un momento especial a sus madres fallecidas: con una oración, una visita al cementerio, o un acto de caridad en su memoria.

6-Las madres que sufren
Hay muchas madres que no pueden celebrar con alegría este día. Madres solas, madres de hijos desaparecidos, madres privadas de libertad o afectadas por la pobreza. También madres que han sido abandonadas por sus propios hijos, o que enfrentan el peso de una enfermedad, de la vejez o del rechazo social.

La maternidad, que debería ser siempre una bendición, se vuelve para algunas mujeres una cruz pesada. Como sociedad, y como Iglesia, no podemos ser indiferentes.

Necesitamos políticas públicas que las protejan, una cultura que las valore y comunidades siempre abiertas para acogerlas. La Virgen María, que también conoció el sufrimiento, las comprende. Que ellas puedan encontrar ayuda concreta en todos nosotros.

7-Una maternidad espiritual, educativa y cultural
No todas las mujeres son madres biológicas, pero muchas son madres en un sentido profundo. Las maestras que dedican su vida a formar generaciones, las religiosas que entregan su existencia al servicio de los pobres, las tías, madrinas, mujeres consagradas o solteras que cuidan y acompañan a otros con amor maternal: todas ellas reflejan ese espíritu de entrega que también es maternidad.

La maternidad es una forma de amar. De dar vida. De proteger. De educar. Por eso es fecunda incluso sin hijos propios. Como decía el recordado Papa Francisco: “Toda mujer, independientemente de su situación, es capaz de ser madre para los demás.”

Esta visión más amplia nos ayuda a valorar todas las formas en que el amor materno se manifiesta.

8-Mami Nena, mi madre
Permítanme concluir estas reflexiones con una confidencia del corazón. No puedo hablar de la maternidad sin pensar en mi madre, a quien todos en mi pueblo, Higüey, conocían con cariño como Mami Nena. Ella no fue solo mi madre: fue madre de muchos. Tenía el don de hacer sentir a todos como hijos suyos. Su dulzura, aparte de ser una cualidad que poseía, era una forma de vida. Era servicial, cercana, paciente, con una palabra oportuna para cada necesidad.

En nuestra casa, su presencia era la calidez. Y en el pueblo entero, su figura era respetada y amada, todavía hoy. Con pocos recursos, pero con un corazón inmenso, Mami Nena supo hacer de nuestra casa un verdadero hogar.

Hoy ella ya no está físicamente conmigo, porque el Señor la llamó a su Casa. Pero su ausencia no es ausencia total. Yo sé, con fe viva, que ella me acompaña desde la eternidad. Y, a pesar de mis años, sí, a la altura de mis 86 años, sigo siendo su niño. Ese niño que buscaba su mirada para sentirse seguro, que se dormía con su bendición, que aprendió a rezar con ella. Ese niño vive aún en mí, porque el amor de una madre no desaparece.

Hoy, como cada día, le doy gracias a Dios por el regalo de Mami Nena, mi madre. Y le pido al Señor que me conceda seguir honrándola, no sólo con palabras, sino con obras que estén a la altura de su legado.
¡Feliz Día de las Madres! Que Dios las bendiga a todas.

Conclusión

CERTIFICOque esta reflexión la he hecho pensando en las madres en varias de sus dimensiones, a propósito de la celebración de su día en la República Dominicana.

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los quince (15) días del mes de mayo del año del Señor dos mil veinticinco (2025).

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