Fue un honor para quien escribe haber conocido a la brillante escritora Aída Trujillo Ricart, con quien compartimos en una histórica tertulia en las oficinas de la Editorial Santuario, en los tiempos en que ganara el Premio Anual de Novela que auspicia el Ministerio de Cultura de la República Dominicana. Ahora que leemos la noticia de su muerte en periódicos locales y españoles, nos satisface haberle expresado en vida nuestra admiración a su persona y a su obra, por su calidad literaria y su don de gente.
La escritora Trujillo Ricart fue premiada por su novela A la sombra de mi abuelo, lo que provocara la vocinglería de manipuladores e ignorantes que calificaban la obra sin leerla de hacer promoción a la figura del dictador Rafael Leónidas Trujillo, padre del progenitor de la novelista, Ramphis Trujillo Martínez. En un momento la brillante dama llegó a comentarnos entre risas: “Ya me tienen jarta con Trujillo” a lo que respondimos “y a mí también”.
La novela A la sombra del abuelo toca un tema familiar y humano fácil de asimilar para quienes ven en la literatura un recurso sensibilizante que contribuye a la comprensión de la vida más allá de las estrechas visiones políticas e ideológicas, generadoras de mitos urbanos que impiden el análisis científico de los hechos históricos. Ningún nieto es responsable del comportamiento de un abuelo, haya sido éste un “diablo a caballo” o un “santo niño de Atocha”.
Recordamos por aquí la valentía del entonces ministro de Cultura, José Rafael Lantigua, quien se comportó como un mocano auténtico al no dejarse chantajear por los manipuladores e ignorantes que se mantienen promoviendo la idea de que “Trujillo ha sido el hombre más malo de este mundo”, como si muchos otros que se robaron el patrimonio construido por la dictadura fueran angelitos. Lo que demostró el Nobel peruano Mario Vargas Llosa fue que el dictador es “el chivo expiatorio” de una sociedad enferma.
Los verdaderos escritores deben valorar a la homóloga fallecida por su obra, al margen del apellido.