Muchos alumnos aprendieron y siguieron la técnica y la huella de su arte, entre ellos, la artista plástica, Julia Virginia

Cuquito Peña fue otro de los artistas víctima de la política de la capital como ya lo entendía el propio Eugenio María de Hostos, con respecto a la educación y al descuido de las regiones.

Con un sueldito de limosna que recibía como profesor de Bellas Artes (cuando el local estaba en el Hospital de Niños de la calle Duvergé) y una población ajena al arte, Cuquito entendió que en Santiago él había crecido hasta el plafón. No le quedó más remedio que preparar sus motetes, llamar un carro de la Línea Duarte y tomar la carretera Duarte recién inaugurada rumbo al este. Ya en la ciudad de Santo Domingo, él pudo expandirse, enseñar y pintar, porque “capital es capital y el resto platanal” como amargamente admite Ramón de Luna en sus “vivencias”.

El que lo conoció sabe que él era una persona culta, que como pocos artistas del pincel domina la Historia del Arte y los intríngulis del Poder contra lo que siempre manifestó una RABIA, una fuerza impotente, que lo llevó a involucrarse para “sindicalizar” a los artistas en el CODAP.

La insatisfacción de Cuquito venía de lejos, de la época de “Navidad con libertad”, de cuando las patrullas de las perreras eran el azote de la juventud, aunque nunca pudieron agarrar a Chichí Patica, época continuadora a la que se llevó a Wenceslao Guillén de su barrio. Ver como la politiquería le daba la espalda al arte y a la vida como lo sufrió el pueblo dominicano en la Era de Trujillo y en la Era de Balaguer. Y es así como comienza un video que se puede ver en YouTube realizado por un diario digital. Es una lástima, que esa entrevista fuese grabada con una música de fondo que estropeó todo el trabajo, porque cuesta mucho oír la voz del entrevistado. Citando a Gustav Courbet, Cuquito dice que “cuando el Estado toca el Arte, El Arte muere”. La amargura de Cuquito se resume en esa frase, porque él se identifica con el Courbet que se batalla para armar, él solo, con sus propios recursos, su pabellón en una es esas ferias internacionales que se celebraban en París, lo que la convertía en Capital Mundial del Arte.

Cuquito generalizó a todos los gobiernos que no les ha importado nunca el arte ni la cultura. Hay que decir que el mismo París, en la era de George Clemenceau tuvo una actitud con Monet remarcable al igual que con otros a los que se les compró numerosas obras de arte. Esa actitud le cambió para siempre la cotidianidad de la ciudad, fue la fuerza del arte y su influencia en la espiritualidad y serenidad de sus ciudadanos. Y eso era parte del sueño de Cuquito.

En la práctica, Cuquito tuvo la formación que había en el Santiago de Yoryi y el impresionismo cibaeño de la escuela de Bautista Gómez y Arturo Grullón, traído de ese mismo París.

Aprendió Cuquito las técnicas básicas que pudo con Jacinto Domínguez, Izquierdo y el propio Yoryi, para luego enrumbarse por su dirección que no torció nunca.

Para comprender el salto que dio Cuquito desde los bodegones y paisajes, hay que estudiar el mismo fenómeno que se dio con el cubano Wifredo Lam y Picasso viviendo en Francia y el mismo Jacinto Domínguez, luego de ver de cerca a su maestro Vela Zanetti.

Un “Retrato de Eulalia Soliño” de 1927 de Lam que se exhibe de manera permanente en el Museo Nacional de la Habana nos puede ayudar a ver ese proceso, ese salto.

Jacinto adoptó un cubismo figurativo con la exquisita paleta de los colores vivos del Caribe, cosa que ninguno de los refugiados pudo y Cuquito siguió la misma línea; pero con su sello inconfundible y con los temas que él, siendo niño, vivió de manera directa en la ciudad corazón. ¿Cuántas veces “se la curó” Cuquito par ir a los terrenos del Monumento a volar chichiguas? ¿Cuántas veces se escapó al Yaque a panquear y cruzarlo a nado? Quizás nunca, pero de lo que nunca se olvidó fue de los areneros, de las lavanderas que dominan muchas de las obras de Yoryi y Mario Grullón, del coche, el yunyunero, los lechones del carnaval, de las marchantas que, a una esquina de su casa, frente al hotel-restaurante chino “Oriente”, vendían piña protegidas de unos enormes sombreros de cana, las pavas. Todo esto se refleja en su trayectoria, elementos que arrancó del Cibao, los que llevó como una sombra, como lo hizo Rosa, Clara Ledesma, Carolina, Severino. Al final fue a parar a un antiguo refugio de negros cimarrones, que se escondían del maltrato de los españoles en época de la colonia para establecerse en Villa Mella, donde se perpetuó la costumbre de comer jabalíes salvajes a la brasa, lo que hoy sigue con los chicharrones.

En sus murales “El pensamiento dominicano” (en la Rectoría de la UASD) y en “La Creación del Estado”, Cuquito demuestra sus habilidades de maestro de las artes plásticas.

El carácter fuerte de Cuquito se detectaba enseguida y entendiéndolo descubríamos un ser humano enorme, sensible en extremo y caballeroso. Sus clases mantenían el rigor de alguien que tenía una gran vocación y pasión por lo que hacía. La pintura no era juego, había que aprender las técnicas fundamentales de esta disciplina con ahínco. Y quizás, esa seriedad le ganó la fama de ser huraño y refunfuñón. Y es que Cuquito no entendía cómo era que el arte no ocupaba una posición importante en una sociedad que lo necesitaba. Esa actitud se refleja en casi todos sus escritos, que semanalmente hacía a modo de colaboración en el periódico digital que lo acogió. En ellos defendió a rajatabla la integridad profesional y moral del profesor Izquierdo, de quien aprendió gran parte de sus técnicas.

Muchos fueron los alumnos que aprendieron y siguieron la técnica y la huella de su arte. Entre los numerosos artistas jóvenes que quedaron impregnado de su estilo vale mencionar la destacada y joven artista de Santiago, Julia Virginia, ganadora de numerosos galardones en el mundo de las artes plásticas.

Antonio Peña nos dejó cuando cumplía la edad de Leonardo da Vinci, aunque usted no lo crea.

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