“Meditaciones morales” (el libro de la españolita como todos le decían porque era blanca y bonita), se convirtió en un best seller, un verdadero éxito de venta. Las numerosas ediciones se sucedían unas tras otras sin que el interés del público diera señales de desfallecer. No sólo los intelectuales, sino también los empleados públicos mostraban un interés inusitado. Era el libro de moda, el que nadie quería quedarse sin leer, el libro que todos compraban y todos llegaron a tener, el libro con el que muchos se paseaban orgullosamente bajo el brazo. El libro del que todos hablaban. De hecho, los comentarios y reseñas que aparecían en los periódicos ocupaban páginas y más páginas, y la radio también se hacía eco del fenómeno.

Por su gran acogida, aparte de sus valores éticos y estéticos, no pasó mucho sin que fuera incorporado como libro de texto del bachillerato. Era la obra que mis hermanas y yo —las hijas del general Bonilla—, poníamos a leer a los estudiantes en las clases de moral y cívica y de lectura comprensiva en la Escuela Normal de Varones Presidente Trujillo y en el Instituto de Señoritas Salomé Ureña, las dos mejores escuelas del país.

En las brillantes páginas de “Meditaciones morales” desfilaban los nombres de los pensadores más ilustres, docenas de fragmentos escogidos de las obras de Séneca, Cicerón, Kempis, Lamartine, Emilio Zola y Juan Luis Vives, José Enrique Rodó, Isaac Gondin y tantos otros.

Con ellos se medía María Martínez en un continuo conversar profundo sobre filosofía, pedagogía, política, religión, todo lo relacionado con la moral, la generosidad, la pureza de alma y de corazón. María Martinez podía ser sublime, pero sin desdeñar los espinosos temas: la ira y la mentira, la traición, la maldad y otras bajas pasiones que alentaba a evitar.

No sólo la erudición de la fina dama era sorprendente, sino también el brillo de su prosa, pero sobre todo el hecho de que la altura de sus reflexiones se mantenía siempre al nivel de los autores que citaba, cuando no los opacaba ventajosamente.

Sus pasmosa erudición nunca fue un lujo con el que se adornaba su personalidad, sino un instrumento de transformación. Todo lo puso esta dama al servicio de su pueblo. Ella, la que sería madre de dos hijos y una hija ejemplares (Ramfis, Angelita y Radhamés), se desvivió por inculcar a todos los hijos de todas las madres los valores con que crió a los suyos propios:

“¡Eduquemos, pues, a nuestros hijos, de manera que nos enorgullezcamos mañana de haber modelado sus almas a semejanza de Dios!

La paz de la conciencia es don divino porque nos prepara el camino de la dicha y nos acerca más al triunfo señalado por nuestro destino.

¡No hay buena ni mala suerte!… Las luchas, el buen proceder, la constancia o perseverancia, voluntad y alma diáfana, eso es todo en la vida; porque Dios nos creó iguales a todos y puso en todos su amor al lanzarnos a la vida. Unos escogimos un sendero; otros, otro y así triunfamos o fracasamos para luego decir: “mi mala suerte o mi buena suerte”.

A pesar de sus múltiples y filantrópicas ocupaciones como Primera Dama, María Martinez de Trujillo encontró tiempo para escribir y publicar otro libro que tuvo un éxito tan clamoroso como el primero y quizás más desde el punto de vista estrictamente literario. Era una obra de género más ligero en apariencia, una obra de teatro que tocaba sin embargo unos de los grandes temas de todos los tiempos, el de la amistad y la traición, la deslealtad y la envidia en un contexto universal: la simulación de los sentimientos. Su título es casualmente “Falsa amistad”, publicado en 1939, un ensayo escénico en dos actos y seis cuadros que no tiene nada que envidiarle a los más excelsos escritores satíricos, a las obras de los grandes dramaturgos de la Grecia Clásica.

La deliciosa comedia fue llevada a la escena con un enorme éxito de público por la famosa compañía teatral española María Montoya y presentada en los mejores escenarios del país. Nadie, prácticamente nadie, se quedó sin verla

El juicio del lúcido intelectual Juan Bautista Lamarche sobre esta joya de pura orfebrería literaria es de antología. Si “Meditaciones morales” representaba un hito en la historia del pensamiento filosófico y moralizador criollo, “Falsa amistad” anunciaba “el renacer del teatro dominicano”, los más auspiciosos “Signos de la nueva era”.

Junto a Lamarche, otros muchos hombres de letras exaltaron la trascendencia, el valor de la obra de la distinguida primera dama, su proyección al ámbito internacional, y organizaron de la manera más espontánea un movimiento para promover su candidatura al Premio Nobel de literatura de 1955. Una distinción similar habían recibido el querido Jefe y el Dr. Stenio Vincent, el presidente de Haití, en1936, al haber sido candidatos al Nobel de la Paz por la firma del tratado que zanjó el problema de la cuestión fronteriza.

Sin embargo, desde el momento en que las obras de Doña María Martinez de Trujillo aparecieron en el escenario nacional y empezaron a cosechar triunfos tras triunfos, las lenguas de los envidiosos empezaron a salivar todo tipo de calumnias. Al árbol que da frutos todos le tiran piedras.

Como de costumbre, la envidia, la envidia que todos saben que se esconde en el corazón humano como una víbora en su agujero, la envidia que al decir de Quevedo es tan flaca y amarilla porque muerde y no come, la envidia que le impide al envidioso tener un corazón tranquilo y que le impide ser feliz y envidioso a la vez, la envidia que como decía J. K. Rowling engendra rencor y el rencor que genera mentiras se cebaron, se ensañaron encarnizadamente contra la obra y el honor de la familia Trujillo Martínez.

Los más cobardes detractores esparcieron desde el principio un rumor maligno. José Almoina Mateos, un exiliado gallego que el querido Jefe había recibido en el país con los brazos abiertos —preceptor de su hijo Ramfis Trujillo y confidente de la misma María Martínez—, habría sido el autor, el muy remunerado y supuesto autor de las obras que se le atribuían a ella. Aún más indignante era el rumor, la acusación indigna de que el ilustre escritor mexicano José Vasconcelos había cobrado una millonada por escribir el prólogo de “Meditaciones morales” y que el intachable Dr. Joaquín Balaguer habría sido el encargado de negociar el precio y canalizar el pago.

La campaña de infamias no parecía tener límites. El más retorcido argumento que pudieron inventarse para denigrar o tratar de denigrar a la Primera Dama pretendía identificar en las iniciales del libro “Falsa amistad” el nombre del verdadero autor. “Fue Almoina” el autor y no María Martínez, decían sus detractores.

El más perverso de todos los rumores, quizás la más baja y pervertida insinuación, la más maligna invención tenía que ver con el argumento de “Falsa amistad”. María Martínez, al parecer, habría querido castigar, zaherir la inconducta de una supuesta amiga, la intachable esposa de un intachable funcionario que se acostaba o coqueteaba con el querido Jefe.

Los detractores del querido Jefe pretendían y todavía pretenden hacernos creer que tanto él como su dilecto hermano Héctor se refocilaban con las esposas de los funcionarios civiles y militares, e incluso con las hijas y las hermanas, y que algunos eran tan atentos, tan amables y tan serviciales que al querido Jefe se las ofrecían o prestaban de buena gana.

“Honi soit qui mal y pense”, dice en el escudo de armas del Reino Unido. Vergüenza sea para quien mal piense, para todos los que tienen el pensamiento sucio o mejor dicho podrido..

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