Helene Hanff, hija de pobres inmigrantes durante la Gran Depresión estadounidense, soñaba con ser escritora. Para lograrlo salió de Filadelfia con una beca y se mudó a Manhattan. Allí vivió en habitaciones con muebles viejos, cocinas llenas de cucarachas y con los ingresos tan limitados que muchas veces no sabía cómo pagaría el alquiler.

Un día, por azar, leyó un anuncio de una librería londinense especializada en libros agotados, ella tenía un extraño amor por los libros viejos: “Me encantan esos libros de segunda mano que se abren por aquella página que su anterior propietario leía a menudo”, “el día en que me llegó el ejemplar de Hazlitt, se abrió por una página en la que leí: “Detesto leer libros nuevos”. Y saludé como a un camarada a quienquiera que lo hubiera poseído antes que yo”.

En 1949 envió su primer pedido al número 84 de Charing Cross Road, en Inglaterra: “Soy una escritora pobre amante de los libros antiguos y los que deseo son imposibles de encontrar aquí”. El cambio de moneda le permitía pedirlos, pues en Inglaterra estaban pasando por duros momentos económicos tras la Segunda Guerra Mundial, lo cual le permitió a Helene agradar a los miembros de la librería enviándoles jamón, huevos, latas de conserva y varios productos más que no era posible conseguir en Londres más que en el mercado negro.

Con el tiempo las cartas contenían algo más que la lista con los libros que Helene quería para la faena o en su proceso de formación clásica, pues incluían confesiones sobre su amor por los libros, el placer de acariciarlos, de olerlos, de leer las anotaciones o dedicatorias que podría tener del dueño anterior y de que otros pudieran luego leer las de ella. Así sus “estanterías hechas con cajas de naranjas”, empezaron a llenarse con estos pedidos.

El destinatario principal de estas cartas era Frank Doel, empleado de la librería, con el cual, con el paso del tiempo, las misivas empezaron a ser menos formales, con muchos guiños, juegos, indirectas, comentarios de lecturas, impresiones sobre el mugroso apartamento en que vivía y reclamos de tipo personal. Parecía un amor platónico entre estos: ella le reclamaba los libros más bellos y él hacía hasta lo imposible por conseguirlos en bibliotecas privadas que estaban en venta.

Pasaron los años y Helene, por los apremios económicos, debe postergar su visita a Inglaterra, con la que sueña despierta. Y en la librería, donde ya todos son sus amigos epistolares, algunos fallecen o se embarcan en viajes, en busca de mejores oportunidades. Mientras Frank, casado con Nora, ve crecer a sus dos hijas y puede, luego de muchos ahorros comprarse su primer carro. Veinte años después de la primera carta, en 1969, Frank murió a causa de una peritonitis aguda. Helene, con la autorización de la viuda e hijas, ya adultas, de Frank, reunió las cartas y publicó aquella correspondencia en forma de libro: “84, Charing Cross Road”, que se convirtió en un libro de culto, adaptado al cine y al teatro. A Helene le llegó el éxito de forma inesperada, entonces pudo visitar Londres, pero Frank había muerto y la librería Marks & Co., había desaparecido.

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