Hace unos meses por este mismo medio nos referimos a la compleja situación de las relaciones RD-Haití a través de un artículo bajo el título “No dejemos solo al presidente.” Hoy como ayer este clamor tiene más vigencia y el manejo de esta situación para el joven presidente Luis Rodolfo Abinader Corona es más complejo, en razón de que la sociedad dominicana frente a este tema está dividida en dos enfoques, los que defienden la soberanía nacional en el entendido de que históricamente hay naciones que han querido buscar la solución a esta problemática integrando la isla, pretensión que para los dominicanos de sentimiento patriótico y nacionalista es sencillamente inaceptable. Y los que se escudan en estos preceptos para dar rienda suelta a su actitud racista y antihaitiana.

Al presidente le toca lidiar con estas dos visiones que están dentro y fuera de su entorno. Lo cierto es que la posición del presidente es correcta y hoy el artículo de marras coge más vigencia. ¡No dejemos solo al presidente!

Ser radical, al decir del apóstol José Martí, no es más que ir a la raíz de los problemas. Para entender lo que ha sucedido, por qué en este preciso momento y quiénes se benefician con el diferendo entre Haití y República Dominicana, debemos profundizar y apartar toda maraña y la hojarasca que se ha lanzado sobre este asunto, precisamente, con el propósito de que no lleguemos a la médula ni podamos formarnos una opinión objetiva.

Los más recientes sucesos alrededor de la decisión haitiana de construir un canal que desvíe parte de las aguas del río Masacre vuelven a poner sobre el tapete de la actualidad mundial el diferendo que ha enfrentado históricamente a las dos naciones que comparten la isla Hispaniola. En este contexto son oportunas algunas puntualizaciones que registra la memoria histórica sobre la compleja situación RD-Haití, que aquí compartimos:

A pesar de las similitudes etnográficas y culturales, se trata de dos pueblos y dos naciones perfectamente diferenciadas lo cual se ha expresado en el desarrollo histórico en paralelo de ellas. Salvo durante la vigencia del Tratado de Basilea, del 22 de julio de 1795, y los 22 años de ocupación haitiana y de unificación, Haití y República Dominicana, o la parte española de la isla, como también se le conoce, han sido naciones independientes, con rasgos diferentes, historias diferentes y culturas diferentes.

Cuando el Libertador Simón Bolívar convocó el Congreso Anfictiónico de Panamá, en 1826, consideró que no debían ser invitados ni los Estados Unidos ni Haití, por sus notorias diferencias con el resto de las naciones del continente.

Las constantes invasiones militares haitianas al territorio dominicano fueron escalando hasta lograr la ocupación del país en 1822, y provocaron un importante éxodo de miles de dominicanos, especialmente entre las élites ilustradas, con destino a países vecinos como Cuba y provocaron una férrea resistencia cultural, religiosa y cívica contra los ocupantes, que abonaron el camino hacia la lucha frontal por la separación, la cual se logró en 1844.

En 1937 tuvo lugar la llamada “Matanza del Perejil”. El gobierno cubano de la época decretó la expulsión del país de más de 30,000 braceros haitianos, los que fueron retornados a su país, sin trabajo, sin alimentación, sin posibilidades de ganarse la vida. Esa enorme masa de desesperados confluyó sobre la frontera dominicana, lo que agravó los problemas históricos y fue el pretexto utilizado por el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina (Chapita) para “dominicanizar” la frontera a un elevado costo de vidas humanas.

Desde 1937 hasta nuestros días, la frontera domínico-haitiana ha sido escenario de choques y conflictos más o menos graves. El 21 de enero de 1929 los presidentes de República Dominicana y Haití firmaron un acuerdo que fijaba los límites fronterizos entre ambos países. El 14 de abril de 1936 este fue ratificado por la firma de Trujillo, presidente dominicano y Stenio Vicent, presidente haitiano.

Las relaciones históricas con Haití han sido conflictivas. La frontera compartida ha sido escenarios de problemas que han ido desde contrabando y el tráfico ilícito de bienes y personas, hasta el robo de ganado, hechos de sangre, refugio para prófugos de la justicia, ocupación ilegal de terrenos para la agricultura y pesca furtiva. Las amenazas y constantes incursiones desde el lado haitiano provocaron un estado de guerra de baja intensidad en la frontera y sirvieron de pretexto al general Pedro Santana, que no creía en las fuerzas y determinación de su propio pueblo, para solicitar la anexión a España.

Durante la Guerra de la Restauración, la actitud de Haití hacia la lucha de los patriotas dominicanos fue ambigua y en ocasiones zigzagueante. Si bien protegieron y ayudaron a los luchadores por la restauración de la República, también lucraron con la ayuda en armas que se les ofreció y se entendieron con los poderes europeos para declarar su neutralidad o cooperación.

En el siglo XX se produjeron las ocupaciones militares de los Estados Unidos, a Haití, en 1915, y a República Dominicana, en 1916. Para el gobierno y el mando militar norteamericano, la isla se consideraba una sola y se actuaba de acuerdo con semejante enfoque.

En un informe de 1932 a Trujillo de Francisco Henríquez y Carvajal, embajador dominicano en Puerto Príncipe, se señalaba que los ocupantes habían alentado la emigración ilegal de haitianos como mano de obra casi esclava a territorio dominicano, para laborar en grandes extensiones de tierra ociosas y fomentar la lucrativa industria azucarera, para su propio beneficio. Las consecuencias de este problema se extienden hasta el presente.

La República Dominicana ha sido muy solidaria con el pueblo haitiano. Lo que ocurre hoy en la frontera domínico-haitiano, lamentablemente es la continuación de una historia de confrontaciones azuzadas por los intereses geopolíticos de fuerzas extranjeras que buscan desestabilizar a las naciones del Caribe, como ha hecho en otras naciones del mundo, para poder reimponer su dominio en una zona estratégica y en momentos de decadencia.

Se trata de un tema de carácter nacional en defensa de nuestra soberanía, que está por encima de intereses particulares y grupales, que demanda de la unidad de la sociedad dominicana sustentada en la bandera tricolor que acompañe y respalde el llamado del presidente Abinader de garantizar la seguridad y el interés nacional del pueblo dominicano.

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