La llamada sociedad civil quiere estar lo más lejos posible de los políticos, de quienes no disimula su aborrecimiento como si estos formaran parte de asociaciones delictivas cuya vocación es el asalto a los fondos públicos.
Abominan de la actividad política porque esta ha sido permeada por el tigueraje, la parte más abyecta de la República, de la que hay que cuidarse para no contaminarse de algún virus transmisible al contacto. Ni ser parte del clientelismo ruin.
Es decir, los miembros de la sociedad civil tienen el concepto más despreciable de política y políticos, olvidando que en la actividad pública son los políticos quienes han demostrado—con sus naturales excepciones, también despreciables—disponer del mayor entrenamiento para lidiar con las complejas tareas de gobernar.
Sin embargo, haber estado en las cercanías más próximas de proyectos electorales nos conceden el conocimiento de primera mano, respecto de lo diligentes que son los “independientes” en procura de “asaltar”—cabe perfectamente el término—las funciones públicas cuando el ganador de la contienda electoral está armando su equipo de Gobierno.
En esas condiciones, la política ni los políticos son detestables ni hay que estar lo más lejos de ellos. Y corren con suerte, pues no pocas veces han quedado enganchados en las dependencias gubernamentales. O sea, que, recurriendo a un dicho campesino, “les gusta la leche, pero les hiede la vaca”.
Lo peor de todo es que los políticos saben de ese comportamiento y se dejan usar. Parecería que son masoquistas. O les gusta “el auto suicidio” como solía decir el expresidente venezolano Carlos Andrés Pérez.
Con ocasión de la elección de los imcumbentes de órganos constitucionales es cuando se pone de manifiesto esa relación de odio y utilitarismo de la que hace profesión de fe la sociedad civil con el concurso torpe de los políticos.
Estos últimos abonan el comportamiento de aquellos al sumarse a su prédica de que los órganos constitucionales deben ser ocupados por “independientes”, quedando claro que la fementida independencia es de los partidos, mas no de los intereses solapados.
Creo que llegará el momento en que los políticos tomen conciencia de que no deben trabajar para quienes no los quieren y solo los usan para acceder a posiciones que dependen de decisiones políticas.
Deberían copiar del doctor Joaquín Balaguer, quien nunca se dejó embaucar con ese discurso, y los sin militancia que colocaba en funciones relevantes eran sus amigos de antaño.
Es más, con Balaguer operaba a la inversa: era él quien no pasaba a la llamada sociedad civil.