Compartíamos en grupo. Era de noche. Una invitada tuvo que retirarse y los caballeros nos ofrecimos a acompañarla a su vehículo, en especial por la hora y la soledad del lugar; pero, a pesar de nuestra insistencia, la chica nos pidió que la dejáramos partir sola, pues nunca se había topado con un ladrón. La complacimos a regañadientes. Al salir, la asaltaron.
Los dominicanos somos muy crédulos. Nos entregamos a la gente rápido. Andamos por las calles como si el peligro no existiera. En cualquier encuentro nos hacemos compadres y comadres con el primero o primera que nos simpatice. Saludamos incluso a quienes nunca habíamos visto.

Cuando conversamos con alguien nos esforzamos por “salir familia”, aunque sea lejana. Buscamos la forma de conocer las mismas personas para luego exclamar: ¡qué mundo más chiquito! Nos caracterizamos, además, por tener muchos amigos y si alguien menciona un nombre, exclamamos: ¡ese es como mi hermano!

Esta conducta demuestra la nobleza del corazón de nuestro pueblo y es preferible ser así que andar con un delirio de persecución, con el ánimo alterado, jurando que todo el mundo quiere engañarnos y que hasta en una esquina céntrica e iluminada pueden atracarnos.

Ahora bien, debemos frenar un poco eso de creer en cualquier extraño que aparezca y de andar con tanta soltura, desplazándonos alegres y silvestres por la zona más oscura. Hay que ser menos confianzudos, estar más alertas en nuestra cotidianidad.

Y es que el espacio de la delincuencia crece más rápido que el de la paz. Nuestro país cambió. Podríamos decir que perdimos la inocencia. Es crudo decirlo. No estamos a salvo ni en nuestro hogar. Hay que saber bien por dónde vamos, a quién visitamos y el ambiente que lo rodea, aunque sepamos que en cualquier sitio puede sucedernos una desgracia, por más decentes y prudentes que seamos.

Valoremos la cautela, pues si bien es cierto que los dominicanos son buenos, existen algunos desalmados que por unos pesitos son capaces de asesinar y destruir familias. Y, la verdad, la droga es la principal causa de este mal. Detrás de la mayoría de crímenes y delitos hay un consumidor o vendedor de drogas.

Es lamentable que estemos perdiendo la fe en el prójimo, en el vecino, en el que pide ayuda. Tememos hasta ser solidarios con el que lo necesita. De seguir así, nos estaremos atormentando emocionalmente, empezando porque estamos comprometiendo los dos derechos más importantes en el ser humano: la vida y la libertad.

Pensemos en nuestra seguridad y, si hay dudas, llevémonos de los sanos consejos de nuestro entorno para que al salir no nos asalten, como a la dama aquella.

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