No hay que ser un cientista social o analista de coyuntura, para observar cómo el país, además de estar bajo las secuelas de una pandemia global y la proyección de una recesión económica, va entrando en una nebulosa sociopolítica e institucional que podría desembocar en una de dos: a) colapsa el ya crítico sistema de partidos -filtrado por entes delictivos y asaltado por actores variopintos corporativos (oligarquía e “independientes”)-; o b) se procura un consenso social, económico y político en aras de desterrar la entronizada cultura política de reparto, caudillismo y festín y, al mismo tiempo, nos damos representatividad democrática, vía una constituyente, para salvar los avances alcanzados desde del fin del bonapartismo-balaguerismo (1978) hasta la fecha; o sencillamente entramos en una etapa de reflujos o turbulencias sociales de impredecible desenlace.

Y sostenemos lo anterior, porque desde hace tiempo, como ha descrito Moisés Naim, ya el poder y su control, como lo conocíamos hasta hace algunas décadas, no está concentrado en un solo centro global-hegemónico (bipolar o unipolar), sino fragmentado en el contexto de una geopolítica, más que de diplomacia o bloques regionales, de guerra comercial, tecnología, ciencia y ciberdelincuencia; además de dos componentes fácticos-neurálgicos de influencia a grandes escalas geográfica-cultural: Internet y redes sociales. Y esa compleja realidad global se desenvuelve en una dinámica de agendas supranacionales que obliga a los países en desarrollo a procurar una suerte de equilibrio geopolítico-comercial o de dependencia-traspatio, pero donde ya no hay fronteras, soberanía ni Constitución-legislación nacional que valga.

Por ello países como el nuestro, en vía de desarrollo, están obligados a buscar consenso multisectorial en la construcción de una agenda-país que -en paralelo a la 20-30-(Desarrollo-sostenible), lamentablemente, no se puede alcanzar, si queremos superar este frágil estadio de institucionalidad democrática, agudizando la crisis de los partidos, acorralando o enfrentando los liderazgos, judicializando la política; o peor, procurando alianzas políticas-electorales de ajusta cuentas entre los mismos actores políticos y fácticos (disfrazados) que, bien que mal, han contribuido a lo poco o mucho que hemos avanzado.

Entonces, para evitar el colapso social, económico y político, insisto, debemos procurar un consenso social y político mínimo, para, civilizadamente, iniciar una transición hacia la construcción de una cultura política más democrática, una legislación de partidos y régimen electoral que no permita interpretaciones ambiguas o intersticios-lagunas por donde se cuelen los actores políticos-corporativos corrompidos; y por último, un consenso sobre gobernabilidad y el respeto a la representatividad democrática ganada en las urnas. Y todo ello, obliga, en su momento, a una constituyente porque ya debemos avanzar hacia una democracia más inclusiva y de ciudadanía.

O si queremos, podemos seguir de revancha en revancha -cíclica-, cual carnaval de máscaras, y colapsamos…

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