Una anécdota podría no ser trascendente. Otra podría sintetizar una época. Las anécdotas, con lo que tienen de picardía y enseñanza, quedan más en la memoria que el frío dato histórico y la posible certeza de los hechos. Incluso, aunque no se tenga total confianza en la veracidad de las mismas.

Que se recuerda más, el peso histórico que significaba empezar una guerra civil en Roma, o la frase, quizás no tan cierta, de que la suerte de César estaba echada al cruzar el riachuelo que, según Montanelli, no llegaba a mojar el tobillo de los caballos.

En el país, nuestros presidentes no se quedan atrás. También tienen su anecdotario.

Nuestras anécdotas muestran, en muchos casos, la fortaleza de nuestros “hombres públicos”, normalmente “hombres fuertes”, por lado; y la creatividad para salir de los apuros del dominicano, por el otro.

Las de la Primera República enseñan enormemente sobre aquella etapa. Las de Trujillo y Balaguer, de su lado, dominan el siglo XX. Aunque, personalmente, prefiero las del presidente Heureaux, Lilís.

Las anécdotas del tirano están recogidas en múltiples libros, artículos y ensayos, uno de estos, de los más finos, completos, mejor escritos y de poca extensión, es el libro de Horacio Blanco Fombona: El tirano Ulises Heureaux o veinte años de historia tenebrosa de América (113 páginas).

Horacio Blanco Fombona fue un periodista e intelectual venezolano que vivió en el país en varios momentos históricos, combatió con su pluma, de nuestro lado, contra la primera intervención militar norteamericana (1916-1924). El Archivo General de la Nación publicó un texto que reúne muchos de sus artículos de luchador internacionalista por la libertad: Crímenes del Imperialismo Norteamericano, (182 pp.).

En su libro sobre el presidente Heureaux, el intelectual venezolano, en las páginas 66 y 67, refiere la siguiente anécdota: “Humillación se escribe con H? Un dominicano, desde el destierro, atacó por la prensa al déspota y fraguó planes para derrocarlo. Cansado de su vano empeño solicitó y obtuvo amnistía. Le recomendaron que tan pronto como llegara a Santo Domingo, fuera a Palacio. Así lo hizo.

Le pasaron al despacho del presidente, quien trabajaba en su escritorio. El recién llegado estuvo de pie como una hora. Al cabo pregunta Lilís a don Teófilo Cordero:

-Humillación se escribe con H, don Teo?
-Con H, presidente.

Lilís termina su trabajo. Alza la vista y se da cuenta de quien está en su despacho. Se dirige a él afablemente. Le brinda asiento. Comienza la entrevista…”.

Otra anécdota de las muchas anécdotas que describen la “ironía lilisiana”, es: “La espalda al enemigo”. Lilís conversaba con cierta amiga de pie, en la acera frente a la ventana. X bajaba La Cuesta de Vidrio. Lilís informa a la dama: ese que viene ahí es otro de mis encarnizados enemigos, sin haberle hecho yo nada. En tanto X se acercaba, Lilís fue dándole la espalda lentamente.

La amiga reconvino a Lilís por despreocuparse en esa forma ante un enemigo encarnizado.

No hay peligro, replica Lilís. Ese hombre es muy valiente y ha jurado no matarme sino cara a cara. Era una ironía lilisiana. X tenía bien ganada fama de no ser un Bayardo”.

Como diría un amigo: se pasaba Lilís.

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