Jesús ha sido el gran maestro para todos nosotros. Sus grandes enseñanzas las encontramos en cada uno de los momentos de su vida en la tierra y muy especialmente en los últimos tres años, cuando su misión evangelizadora alcanzó niveles extraordinarios. Una de esas grandes enseñanzas de Jesús fue la de ser humilde, la de practicar la humildad en cada una de las áreas de nuestras vidas teniendo presente que, tal y como dice 1era de Pedro 5:5: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.”

¿Qué es la humildad? Es la capacidad de saber valorar a los demás por encima de nosotros mismos. Es darles a los otros su verdadero lugar y valor. Es entender que nosotros no estamos por encima de los demás. La humildad es lo contrario del orgullo o la arrogancia. El humilde debe ser modesto, es decir, reconocer sus limitaciones. El humilde debe ser sumiso y saber ceder. Dios quiere que seamos humildes por eso Jesús nos llama a que practiquemos la humildad de manera permanente.

En Mateo 11, versículo 29, Jesús nos llama a ser “mansos y humildes de corazón”. Y Él lo mostró con su ejemplo. Una de las pruebas más grandes de humildad la dio en la cena con sus apóstoles el jueves santo, cuando fue capaz de humillarse y lavarle los pies a cada uno de sus discípulos. En ese momento histórico lavarle los pies a alguien era una acción deleznable, indecorosa, propia de esclavos. Pero Jesús la hizo con sus discípulos para dejar sembrado el modelo en cada uno de ellos de que quien quiera ser el mayor “debe aprender a ser el menor”. Y para enseñarles que la mejor forma de ser humilde es entregándonos en servicio y ayuda a nuestro prójimo.

Jesús es, sin ninguna duda, el verdadero modelo de humildad para todas las áreas de nuestra vida. Si queremos ser humildes, debemos ser como Jesús. Debemos actuar en cada situación de nuestras vidas como lo haría Él. Cada vez que la prepotencia, la arrogancia, el orgullo, la maledicencia nos provoquen tentación, cada vez que nos sintamos superiores a lo demás, pensemos en cómo actuaría Jesús en ese momento y actuemos nosotros de esa manera.

Cuando somos humildes, enfrentamos las situaciones como lo haría Jesús. Cuando nos revestimos de humildad, Dios nos da su gracia. Nos llenamos de paz, esa paz que sobrepasa todo el entendimiento humano, tal y como dice el Apóstol Pablo en Filipenses 4:7. “Siendo humildes vencemos el orgullo y la prepotencia, derrotamos la vanidad. Aprendemos a perdonar, vencemos la amargura y la sed de venganza. Aprendemos a servir a los demás. Aprendemos a humillarnos sin temor y aprendemos a vivir felices y en armonía con nuestro Señor”.

Es muy difícil ser humildes en este tiempo lleno de orgullo y vanidad. Por eso, para ser humildes todos los días debemos ser más como Jesús y menos como nosotros. La clave está en actuar como lo haría Jesús y aprenderemos a ser humildes en nuestros hogares, con nuestras esposas o esposos, con nuestros hijos, con nuestros vecinos, en nuestro trabajo, con las autoridades, con quien nos maltrata y con quien nos pide algo.

Para ser humildes como nos enseñó Jesús debemos reflejar las tres grandes enseñanzas que le sirvieron de soporte a la humildad que Él modeló. La primera es el amor sin límites a Dios y al prójimo como a nosotros mismo. La segunda es aprender a perdonar de manera plena y total. La tercera es entregarnos en plena solidaridad con todos los que necesiten una ayuda o una simple orientación. A eso es a lo que nos llama Jesús para ser humildes. A amar, perdonar y servir de manera completa, total y sin esperar nada a cambio de quienes son objeto de nuestras acciones. Jesús es nuestra mejor y mayor recompensa.

El apóstol Pablo precisa con claridad cómo deben ser nuestras actuaciones para que podamos expresar la humildad que Jesús modeló para nosotros. En Filipenses 2 versículo 3, Pablo afirma lo siguiente: “No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos“.

Por eso, para aprender a ser humildes, necesitamos ser como Jesús cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo. Necesitamos más de Jesús. Necesitamos ser más como él y menos como nosotros.

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