El Evangelio según San Lucas, el tercero de los que recoge el Nuevo Testamento, nos comparte una de las más conocidas parábolas que compartió Cristo con el mundo sobre cómo amar a nuestro prójimo, la del Buen Samaritano. Esta nos cuenta de un viajero que mientras hacía el trayecto de Jerusalén a Jericó, fue golpeado por asaltantes que lo dejaron por muerto en el camino. Casualmente, después pasaron por ahí un sacerdote y un levita, ambos ignorando el sufrimiento del pobre hombre y abandonándolo a su suerte. Fue un samaritano quien al verlo, sintió compasión y acercándose, vendó sus heridas y le echó aceite. Montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada, donde le cuidó y al día siguiente, dio dos denarios al posadero pidiéndole que cuidase de él y si necesitaba algo más, se lo pagaría a su regreso.

En nuestro país, al igual que el viajero de la parábola, hay una gran cantidad de personas que han sido golpeadas por el sistema y abandonadas a su suerte en el camino y lamentablemente, de la misma forma que el sacerdote y el levita, hay muchas personas que miran a otro lado al encontrarse con esto. El fracaso de las políticas sociales en su versión actual, lleva a pensar que estas deberían ser eliminadas. Los programas sociales existentes han sido paliativos que alivian mínimamente los efectos de la pobreza sin ayudar a nuestros ciudadanos a salir de ella. Esto debe llevarnos a reformar dichos programas, no abandonar a los más necesitados.

Existe un principio que dice que el fin de cada programa social es volverse cada vez menos necesario. Efectivamente, en vez de celebrar cuántas personas reciben ayuda, lo ideal es enfocarse en lograr que cada vez menos necesiten de éstas. Asegurar que sirva como un trampolín que amortigua la caída en un momento difícil y no una red que los atrapa en dependencia.

Para revertir este ciclo de desesperanza, es necesario establecer como núcleo la fortaleza de nuestras comunidades. Tenemos que trabajar junto a nuestros ciudadanos ayudándolos a obtener las herramientas y habilidades necesarias y poder lograr un futuro promisorio. Para esto, hacen falta cambios dramáticos en la manera que son dirigidos los programas actuales.

La Biblia también nos dice, tanto en Lucas como Mateo, que por sus frutos los conoceréis. Así mismo, las políticas públicas deben ser juzgadas por su resultado y no su intención, por más loable que esta sea. El resultado ha sido un sistema que hiere a quienes está supuesto a ayudar.

En la busca de soluciones, debemos reencontrarnos con los valores básicos que hacen grande a una nación. Fe en las familias, el individuo, la dignidad, el orden y el trabajo. Ayudando a quien lo necesita, acompañándolo de modo que pueda reemprender su camino. Volviendo al ideal de los programas sociales, que no sean un modo de vida, más bien representen una segunda oportunidad. Somos una nación muy generosa y grande como para permitir que se eche a perder el potencial de nuestro prójimo al no tener las herramientas necesarias para salir adelante.

Ito Bisono

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