Pueden ir de la risa a las lágrimas en una milésima de segundo, según sean las circunstancias y la propia conveniencia. Se emocionan y entristecen con gran facilidad, del enojo a la satisfacción, a golpe de un mismo sentimiento de finitud.
Sus hijos son suyos hasta el final, aunque existan cónyuges y nietos de por medio, su papel no termina con la emancipación y el tiempo que haya transcurrido. Para ellas, siguen siendo los muchachos de los que hay que estar pendientes para acompañarlos en todo momento y a los que se puede reprender todavía, como si no se hubiesen liberado de sus faldas y nunca se hayan ido de la casa.
La frase aquella de que los hijos no son suyos, sino que lo son de la vida, la ignoran olímpicamente porque haber salido de ellas los convierte en su propiedad exclusiva, son suyos y de nadie más. La deuda de los 9 meses de embarazo no tiene plazo de extinción y por imprescriptible, se pasa factura cada vez porque es inacabable y eterna. Ese tiempo de gestación y de atención durante la infancia las hace acreedoras eternas de atenciones, aunque la adultez haya sobrevenido y medien kilómetros de distancia porque su corazón no conoce fronteras. Su cariño y atenciones son infinitas y dan para todo el mundo, incluyendo a los amigos de sus hijos a los que les cabe un abrazo, un buen plato de comida y hasta una corrección, si fuera el caso.
Gozan sus propios chistes y nadie les traza pautas, son ellas en toda su extensión: enojonas, complacientes, solidarias y espléndidas. La palabra sacrificio no existe en su vocabulario porque todo lo hacen con un amor que no tiene límites. Crían a propios y a extraños, hasta al niño grande con el que se casaron.
El paso y peso de los años, no impiden que su mano aparentemente débil aseste un puñetazo, si fuera necesario, a quien ose atravesarse en el camino de su prole que para ella siempre tendrá razón, aunque exista prueba en contrario. La presunción de bondad y de inocencia le es propia porque siempre los otros son los culpables, actitud que le resulta más conveniente, antes de tener que admitir que hubo un fallo en la crianza.
Es protectora, paciente, insistente y luchadora, impetuosa como huracán cuando quieren tocar lo suyo y apacible como un lago invernal, si consigue lo que quiere. De leona a cachorrito, así es la madre que nos gastamos, la que no deja que la ignoren y no desperdicia oportunidad para hacerte saber que eres afortunado por tenerla; como siempre, ella tiene la razón.