La política es el estudio y las acciones relacionadas con el poder social y económico. Hay poder siempre que la voluntad de uno o varios se expresa de diversas formas para lograr que otros actúen o piensen de determinada manera.

Aunque es un acto consciente, a menudo las estructuras sociales, como en el caso del Estado, brinda la imagen de que sus acciones son impersonales, pero es una falsa impresión.

La creación de mecanismos “automáticos” de ejercicio del poder siempre responden a la voluntad de quienes lo crearon o es motivado por quienes se benefician.

Hay por tanto ciertas expresiones culturales del poder que se toleran o se modifican, según convenga a las relaciones siempre dinámicas entre los actores.

La civilidad entre los actores que se disputan cuotas de poder, por ejemplo, entre los Partidos Políticos, es un elemento muy frágil y lamentablemente escaso.

La disputa electoral, incluso en el seno de los partidos para la escogencia de candidatos, se expresa regularmente de forma agresiva en las palabras, con apelaciones denigrantes contra los competidores opuestos incluso llegando a expresiones violentas como los conflictos a sillazos que evocamos.

Lejos quedan los crímenes contra actores políticos como los ocurridos durante los gobiernos de Balaguer.

La democracia no es viable si la disputa política carece de civilidad. Si el poder se busca denigrando moral o socialmente al competidor. Es memorable la civilidad de John McCain que nunca toleró el uso del racismo de parte de sus seguidores contra Barack Obama.

Encaja perfectamente con la civilidad en política que las candidaturas debatan sus propuestas públicamente y que los partidos definan sus líneas de solución a los problemas que aquejan al pueblo.

Buscar el poder por el poder es una conducta contraria al desarrollo de una sociedad en paz y civismo. No es un asunto de maneras simplemente, es la esencia de la convivencia civilizada.

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