Decía Maquiavelo como parte de su pensamiento político, que no detectar los males cuando nacen, no es prudente. Esta afirmación tan acertada de quien nunca fue ejemplo de servidor público, pero que sí destacó por su cinismo y pericia en el juego político, resulta un tanto desconcertante. Sin embargo, es imposible menoscabarla y menos aún, rebatirla. Los gobernantes son volubles y muchas veces, carecen de la prudencia para dirimir las fricciones sociales más allá de mantener su propio status quo.

Antes de la “suspensión de facto” de la autonomía en Cataluña desde el Gobierno central, antes de imputar a alcaldes, registrar empresas, incautar material electoral y las detenciones a altos cargos, la expresión democrática de España se tambaleaba. Eso, más allá del concepto de soberanía y los sujetos involucrados. Incluso, más allá de los principios de intervención mínima y proporcionalidad del Derecho Penal que ahora parecen haber rescatado de los manuales de Procesal.

En Bruselas, Francia, Alemania, Italia, Portugal o Dinamarca, el Govern desde la Diplocat, ha mantenido un discurso evangelizador, incluso allende los mares, en Harvard o en el MIT, para justificar la demanda legítima de la independencia de Cataluña en base a la autodeterminación de los pueblos. Ahora bien, desde dentro, se ha manoseado con libertinaje este concepto al tratarse al margen de sus consecuencias reales, sobre todo, de la certeza que emanan los protocolos y procedimientos de las instituciones europeas. De sus consecuencias reales, las que parece haber obviado Junqueras. Algo crucial que redunda en una profunda ignorancia social generalizada, y que provoca que el discurso de “expulsar” a 7.5 millones de personas y su futura aportación en la UE ofenda a muchos ciudadanos.

Independentistas y no independentistas necesitan expresarse dentro del marco democrático y eso implica hacerlo dentro de unas normas establecidas. Algo que se ha visto o no se ha querido ver. Quizás porque no era prioritario para el Gobierno central y los partidos de la oposición, quizás porque el tema de Cataluña siempre ha estado ahí. Sea como fuere, ahora lo único que se busca es la movilización en las calles, mientras son inamovibles las posiciones entre la Generalitat de Carles Puigdemont y el Gobierno. La prudencia ha quedado lejos del escenario político.

La democracia no es un maratón, es un pacto, un entendimiento. El referéndum del 1 de octubre se tambalea en cuanto a fondo y forma. Obedecer o desobedecer no es la cuestión central, es pensar hasta dónde el bien común, ese concepto utópico, diacrónico, pero hacia el que todo ciudadano camina, va a ser mancillado. Mirar al futuro con inteligencia, cuando el pasado histórico está cada vez más presente en estos días, en medio de palabras de sedición y represión, se torna complicado.
Quizás hemos llegado tarde.

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