El tema del que me ocupo hoy, para los amables lectores, tiene un carácter histórico muy particular, porque se refiere a la situación del país más pobre del hemisferio, consecuencia de las cíclicas crisis que ha padecido ese pueblo desde sus orígenes. Por ello, me he permitido consultar la referencia histórica del historiador y escritor nacido en Cuba y adoptado por República Dominicana, el doctor Elíades Acosta Matos.

Con Haití nos sucede lo mismo que al espectador de una película que ha visto tantas veces, que ya se la sabe de memoria ¿No es cierto que también podemos adelantarnos a los diálogos y acciones de los personajes relacionados con esta nación trágica y describir, con lujo de detalles, cuál será su final?

¿Desde hace cuántos años estamos leyendo resoluciones de la ONU y de la OEA sobre Haití; declaraciones de políticos de todas las latitudes con “fórmulas mágicas” para enfrentar sus crisis cíclicas; conociendo por las noticias de invasiones y despliegues militares que no han propiciado el desarrollo ni la paz?

Haití está en un laberinto sin salida, en un limbo al que Occidente rico y Estados Unidos opulento se asoman como quien visita un parque temático del horror morboso. Ninguna de las iniciativas puestas en práctica, ni las internas ni las externas, han servido. Y mientras, sus habitantes se desangran o mueren de hambre, frente a la indiferencia del mundo, el saqueo de los que aprovechan el dolor ajeno para lucrar sin piedad, una clase dirigente que odia, desprecia a su propio pueblo y huye cuando siente amenazados sus intereses, y bandas feroces de delincuentes armados hasta los dientes con los instrumentos de muerte que otros ponen maquiavélicamente en sus manos

A pesar de su pobreza endémica y su miseria flagrante, Haití es atractiva para las ONG caza fortunas y los políticos ambiciosos, como los Clinton, que se han enriquecido con sus dolores y lágrimas, miles de millones de la ayuda mundial han sido desviados para amasar fortunas fabulosas y pagar lujos inconfesables, lo que equivale a quitar el pan o la medicina a un moribundo.

No, no es un Estado fallido, es algo más que eso, un Estado asesinado; tampoco es un pueblo ingobernable y violento, también es algo más que eso, es el fruto de siglos de saqueo, exclusión, represión, hambre, humillaciones, enfermedades, analfabetismo y muerte.

De acuerdo con el historiador Elíades Acosta: “Haití fue la primera república negra del mundo, fruto de una rebelión contra la esclavitud y los esclavistas franceses, que transitó por senderos de venganza, matanzas y traición, por parte de algunos de sus líderes, a la propia causa de la emancipación, al restaurar la esclavitud y coronarse reyes y emperadores, incluso, al ocupar por 22 años, de 1822 a 1844, a la porción española de la isla, donde hoy se levanta la República Dominicana.

Su gesto de rebeldía, su reto y su ejemplo de lucha contra toda forma de colonialismo e imperialismo, tuvo un elevado costo. Durante 122 años, de 1825 a 1947, se vio obligada a pagar a su antigua metrópoli, como compensación, la cifra de 122 mil millones de francos oro, mediante lo que se conoce como la Ordenanza del Rey Carlos X, de Francia, o la Deuda de la Independencia. Francia no solo se vengó de esta manera del pueblo al que debía buena parte de su opulencia, sino que no lo compensó por los horrores de la esclavitud a que lo tuvo sometido.”

De entonces al presente, la suerte del pueblo haitiano ha sido dantesca, oscilando entre gobiernos corruptos, invasiones extranjeras, políticos mediocres y dictaduras sangrientas, como las de los Duvalier. El país no emergió a la independencia partiendo de sus finanzas en cero, sino de menos 122 mil millones. ¿Cuánto hubiese podido hacerse por el pueblo haitiano con ese dinero y con buenos gobernantes?

Hoy el país está en ruinas y colapsado. Las instituciones internacionales y las misiones diplomáticas huyen ante la inminencia del desplome final y definitivo. Más del 80% de la capital está en manos de pandilleros armados mediante el contrabando de armas norteamericanas, dirigidas desde las sombras por sicarios que cumplen las órdenes imperiales bajo el slogan acuñado por el filósofo neofascistas y neoconservador norteamericano llamado Leo Strauss: “Del caos saldrá el orden”.

Nadie se lo cree.

¿Cuántas intervenciones militares y ocupaciones ha sufrido Haití a través de su historia? Una de las más prolongadas fue la norteamericana, que se extendió desde 1915 hasta 1934. No resolvió ningún problema económico y social del país y dejó como herencia la exportación de braceros, devenidos luego en inmigrantes ilegales buscando trabajo en República Dominicana. Desde entonces data la política, aplicada desde las sombras por naciones como Francia, Estados Unidos y Canadá, de que los dominicanos deben cargar con la solución del problema haitiano.

¿Qué puede lograr en Haití un contingente de policías de Kenia? No en vano sus propias autoridades no le han dado el visto bueno. Es fácil entrar a ese avispero, pero lo más difícil es salir, y mucho más complicado, hacerlo sin mancharse las manos de sangre.

El vacío de poder creado por la renuncia de Ariel Henry, primer ministro haitiano, se construyó siguiendo las directrices norteamericanas, como también lo es el caos inducido en que está sumido el país.
Nada se gana con armas en Haití.

Sin fondos tan generosos como los que se dedican a prolongar la guerra perdida en Ucrania o los otorgados al nazi-sionismo de Israel para que masacre palestinos, y sin un verdadero proyecto nacional de desarrollo, Haití jamás saldrá del caos, y seguirá siendo un filón dorado para los mercaderes inmorales que se enriquecen a costa del sufrimiento de su pueblo.

En toda tragedia, ya se sabe, hay un espacio obligatorio para la comedia. En el caso de la crisis haitiana, ese papel es jugado por ciertos personajes, el primero, Nayib Bukele, presidente de El Salvador, un demagogo que ha desarrollado una lucha contra el crimen organizado de su país y que vende al mundo la imagen de un emprendedor exitoso, especializado en pacificar amenazas delincuenciales. El protagónico Bukele de verdad cree que el drama haitiano es fruto de la delincuencia organizada y no de quienes arman, pagan y mandan a las bandas de Barbecue y Guy Philippe. No prosperó su intento de pasar el sombrero a la comunidad internacional por servicios prestados. Otro comediante es el propio Barbecue, un renegado de la policía haitiana disfrazado de Robin Hood, que se presenta como un revolucionario nacionalista y guevarista, mientras asesina, secuestra y tortura al propio pueblo al que dice defender. Y un tercer comediante es Guy Philippe, un hombre que sale de la cárcel después de diez años preso en Estados Unidos por narcotráfico, lo envían a Haití como héroe de guerra, como fuerza de choque, con un libreto elaborado por su propio carcelero.

Además de estos dos personajes, no pueden quedar atrás los oligarcas haitianos que se refugian en nuestro territorio viviendo en lugares exclusivos de la capital dominicana, y desde aquí trazan orientaciones perniciosas hacia Haití. Contra esos señores nuestro pueblo tiene que estar vigilante para que su presencia sediciosa no comprometa la reputación de nuestra nación.

En medio de este panorama desolador, es preocupante que el gobierno de los Estados Unidos, por debajo de la mesa, siga insistiendo en involucrar a nuestro país en sus planes con respecto a Haití, queriendo utilizar nuestro territorio como campo de refugiados, cabeza de playa, para sus maniobras intervencionistas y de esa manera querer convertir la patria de Duarte, Sánchez y Mella, en un vertedero político. Estas pretensiones son inaceptables.

Afortunadamente, el presidente Luis Abinader, hasta el momento, ha actuado con sagacidad, prudencia y ecuanimidad ante el volcán que ebulle en la inmediata cercanía de su frontera; ha preservado la integridad y dignidad del país, sin dejar de expresar su apoyo a una salida justa y racional de esta crisis. En este sentido, tiene todo nuestro reconocimiento y apoyo.

El pueblo haitiano ha sufrido demasiado en su historia y merece otro destino. Para ello no sirven las soluciones engañosas y falsas que se le ofrecen, mucho menos a través de los cañones de los fusiles. Las armas pueden matar a los hambrientos, pero no al hambre. Basta de engaños. Basta de manipulaciones y egoísmos. Haití debe ser ayudado, no masacrado para que los explotadores de siempre se hagan más escandalosamente ricos.

Los dominicanos somos los primeros en desear una solución justa, duradera y profunda a la crisis haitiana.

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