Ese anuncio representaba el viaje de sus sueños, ofrecía la mejor locación por un precio módico, ajustado a su presupuesto; la ilusión que esa nueva aventura le provocaba era su motivo de levantarse a trabajar porque el esfuerzo diario tendría una recompensa. Pero, poco a poco y a golpe de realidad, llegó el despertar abrupto de una oferta que, a lo mejor, era demasiado buena para ser verdad.
El pasaje aéreo que lo llevaría a su destino fue promocionado con un atractivo importe que luego se fue desgajando en múltiples extras de asientos asignados, seguro por cambio, equipaje restringido, retrasos injustificados y filas interminables. Molestias aparte en migración donde lo detuvieron un buen rato porque su nombre coincidía con el de un delincuente internacional, mantuvo el entusiasmo para llegar al destino por el que había ahorrado todo un año, restringiéndose de muchos otros placeres.
Después de rentar un vehículo -que resultó ser muy distinto del que le habían mostrado originalmente- optó por ignorar las incomodidades sufridas en el trayecto porque en el hotel podría arrancar oficialmente de una estancia que lo harían olvidarse del atropellado comienzo. Al llegar al alojamiento y luego de los extravíos habituales, grande sería su sorpresa al descubrir que, aunque efectivamente se trataba del mismo lugar que le indicaron, la foto promocional fue tomada 15 años antes, cuando estaba nuevo y aun se encontraba en buen estado, no en la ruina que pudo presenciar.
Respira hondo y llega a la recepción porque ya no hay marcha atrás, para enterarse que la tarifa apenas incluye el uso de la habitación, no su limpieza y mantenimiento. Llegado a ese nivel, solo le queda aguantarse porque, si quisiera cambiar el vuelo para regresar antes de tiempo, le costaría prácticamente lo mismo que lo trajo allí. Mientras, toma unas cuantas fotos que subirá en las redes para que nadie sepa del gran fiasco en que se convirtieron sus vacaciones porque, peor que esa pésima experiencia, sería la burla de los que se quedaron.