Tenemos un presidente de la República, Luis Abinader, bastante comunicativo, siempre dispuesto a responder los requerimientos de los medios, al margen de sus propias iniciativas expositivas. Nadie tiene quejas. Sin embargo, su equipo de comunicación ha sido sometido a crítica y hasta a cuestionamientos. Por aquí hemos preferido la comprensión, conscientes de que se trata de gente que no había estado en el ejercicio del gobierno, con todas sus implicaciones. Ya pasaron los cien días y llegó el año nuevo, y siguen las pifias. Todo se ha dejado pasar. Pero ahora resulta que más allá de las fallas de gestión hay un serio problema: la informalidad, y peor aún, el irrespeto a sus interlocutores.

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