Somos un país de relumbrón, por lo menos así les decíamos a las obras públicas del presidente Balaguer, quien fue un gran constructor y la oposición le criticaba la política de varilla y cemento; la construcción de importantes avenidas, que sin ellas el zoológico de tránsito que vivimos hoy serían un puro manicomio, al que caminamos con pasos agigantados de no tomar decisiones rápidas.

Hemos perdido de vista, así como las grandes avenidas muy necesarias, olvidamos también que lo son obras de drenaje pluvial, claro está, unas dan más votos que otras.

La tragedia del viernes pasado, inundaciones, volumetría de lluvia fuera de los promedios y no esperadas, no respetó clases sociales, porque el desorden municipal que vive el país no tiene nivel económico.

Los que menos tienen invaden terrenos, desesperados por un pequeño espacio donde vivir, muchas veces en áreas tan peligrosas que no hace falta mucha lluvia o un ciclón para que sus vidas estén en riesgo y perder las pocas pertenencias que tienen.

Los que tienen capacidad económica, compran violando los derechos de suelo, construyen edificios donde había una vivienda unifamiliar, hacen grandes excavaciones para poder acomodar los pocos parqueos para los muchos apartamentos y el que no haya visto esto, sólo basta con ver las fotos de vehículos sacados de los sótanos con grúas de estos estacionamientos.

La discusión entre Faride Raful y Roberto Salcedo. Este último fue alcalde por varios períodos y podríamos fácilmente hacer una simple operación aritmética de los últimos treinta años de los alcaldes que han tenido la responsabilidad de mejorar el sistema de drenaje y aplicar el por ciento que le corresponde a cada uno.

Esa sería la fórmula política, que no comparto. Las alcaldías no tienen presupuesto suficiente para afrontar las enormes necesidades de nuestra población, en gran medida, como resultado del populismo de todas nuestras alcaldías.

Los recursos que tienen para ser destinados para mejorar alumbrado, calles, drenaje los utilizan en crear más empleos; el país se subdivide cada día más y en cada división, un alcalde más con todo lo que significa: vicealcalde, regidores, asistentes, vehículos caros, choferes, dietas, salarios, empleos para familiares y algunos tan descarados que admiten que tienen que dar empleos a las amantes.

Esto no sólo ocurre en todas las alcaldías, seríamos injustos si las metemos a todas en un paquete.
Hagamos ahora la diferencia entre invasión de tierra y uso de suelo indiscriminado. La invasión de tierras para viviendas se da desde la época del presidente Balaguer, muchas viviendas en grandes avenidas se hicieron en terrenos del Estado que luego fue necesario regularizar, no sólo el caso de pequeños barrios, también viviendas de alto valor.

Pero lo que está acabando con nuestras ciudades es el cambio de uso de suelos sin permiso de las alcaldías o peor, con la complicidad o la vista “gorda” de algunos encargados de planificación urbana.

Esta gran inundación del viernes pasado ha sido un gran aviso de la sociedad que estamos construyendo.
Sólo ver una plaza que se construye en Julieta donde se dio permiso para dos apartamentos y por más que la junta haya exigido cumplir la ley, la propietaria, que parece tener más fuerza que el poder de la ley, se burla de todos.

Esto sucede en cada ensanche, en cada barrio, no importa, ahí todos somos iguales, cómplices por comisión u omisión.

Cada día construimos la ciudad en la cual no podremos vivir, no es responsabilidad de Salcedo, es responsabilidad de todos los anteriores y los que pasaron después de él, también de ciudadanos que violan la ley o los que no exigimos con más fuerza.

Son los que ocupan una posición de responsabilidad a los que le hemos dado el poder para hacer las cosas bien, los responsables de evitar el caos. Los que venden permisos ilegales de construcción, los que se hacen de la vista gorda en no planificar ni cumplir una ciudad posible, son los que cargan con esta responsabilidad de las consecuencias de inundaciones que pudieron ser evitadas.

La naturaleza nos da avisos, cada vez más y mayores huracanes, pandemias, vaguadas como la pasada el viernes que trastornó la vida económica del país y convirtió en tragedia la vida de dos familias.

Tragedias sin clases, pero todos queremos vivir con seguridad; cuando no respetamos las normas ni tenemos el valor de hacerlas cumplir a los que les toca hacerlo, trazamos el camino de tener que llegar a soluciones extremas que un momento dado serán necesarias para salir del zoológico en que se han convertido nuestras ciudades.

Los planes y las inversiones nunca tenderán sentido si no se cumplen y una ciudadanía que sepa exigir que se respeten sus derechos pero que a la vez seamos capaces de respetar normas por encima de intereses económicos.

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