Escuché a Quirino y pensé en Mary Shelley. Pero esta criatura no se hizo con rayos ni ciencia ficción. Fue moldeada con tragos, sobres manchados y promesas rotas. Le dicen “el papá de los capos de capos”, como si el narco tuviera árbol genealógico, y la prensa —ay, la prensa— le dio micrófono, cámara y hasta tribuna. ¿Y la vergüenza, dónde?

Este hombre no solo admite que traficó: lo dice con el desparpajo de quien cuenta una anécdota de juventud. Fundó una especie de universidad del desastre social. Y no, no fue el barrio quien lo creó. Ni la pobreza. Fue el sistema. Fueron los partidos políticos. Los mismos que después se espantan cuando tienen que compartir tarima con sus propios monstruos.

A Quirino no lo sacaron del lodo, lo buscaron. Lo subieron porque convenía. Lo invitaron. Lo usaron. Mientras se servían de su dinero y su silencio, él tomaba nota. Observaba. Memorizaba nombres. Ahora que los dice todo en voz alta, tiemblan. No porque mienta, sino porque acuerda.

No hace falta desacreditarlo: él se basta solo. El problema es que, en cada video, en cada frase, hay salpicaduras. Aunque no lo busque. Y él, como todo monstruo moderno, quiere el protagonismo. Aunque lo disfrace de denuncia. Aunque hable de redención.

Pero lo más triste no es él. Es lo que dejó sembrado. Los Frankenstein pequeños que sobrevuelan las ciudades en helicópteros, que financian campañas, que saludan desde el Congreso. El narco entendió algo básico: que la política es el mejor escondite.

Y ustedes, políticos de corbata limpia y alma sucia, ¿cuándo piensan dar la cara de verdad? No en una rueda de prensa. No en un tuit. En serio. Porque mientras más esperan, más se manchan. Y lo saben. Porque ya no están cerca del barro: están dentro.

¿Quién creó al Frankenstein de Quirino? Ustedes.

Y lo peor es que no fue por error. Fue por conveniencia. Por codicia. Por cálculo. Por esa vieja costumbre de creer que el fin justifica cualquier medio, aunque venga del infierno. Así que no lo miren con desprecio. Mírenlo bien. Ese monstruo, al final, solo es el reflejo de quienes lo alimentaron.

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