A pesar de que en muchos países hay problemas acentuados de racismo, de discriminación por etnia y tensiones sociales profundas, incluidos Europa, América y Asia, siempre ha resultado más fácil a los países que lideran el mundo y a la comunidad internacional culpar a la República Dominicana de los grandes problemas de nuestro vecino Haití, acusándola de racismo, xenofobia y maltratos contra los nacionales de dicho país, viendo la paja en el ojo ajeno, que ciertamente la hay, sin ver la viga en el suyo, ni lo bueno que hagamos.

Años de descuido en un manejo efectivo del servicio exterior y las comunicaciones, negligencias y complicidades culposas por mantener en la ilegalidad el flujo migratorio a sabiendas de su expansión desde el sector azucarero a múltiples otros que quisieron ser remediados de un plumazo mediante una conflictiva sentencia 168-13, y el lastimoso derrotero de Haití que luego de la caída del régimen duvalierista no ha podido encauzarse en la búsqueda del fortalecimiento democrático, y por el contrario ha perdido todo vestigio de seguridad jurídica y hoy es un Estado colapsado que ha dado paso a que desalmados pandilleros se adueñen del territorio y cometan todo tipo de abusos contra ese sufrido pueblo; afianzaron ese discurso, sobre todo ante la contrastante comparación entre ambos países siameses, uno que crece continuamente a pesar de múltiples problemas, el otro, que decrece en caída libre, lo que hace lucir culpable a uno de la desgracia del otro, aunque su principal enemigo sea este mismo.

La República Dominicana y Haití tienen diferencias históricas, pues la segunda en un olvidado pasado glorioso invadió nuestro territorio y nos dominó por 22 largos años, haciendo que nuestra República de forma excepcional surgiera de la independencia del vecino invasor y no de la España colonizadora, y cargamos con el lastre de la matanza de haitianos efectuada por el sanguinario dictador Trujillo en 1937; pero también diferencias de lengua, religión y cultura, pues mientras en nuestro lado de la isla desde los inicios de la colonia se inició el mestizaje impulsado incluso por la propia corona española, en el lado oriental siempre hubo una rígida división entre los esclavos africanos y los colonizadores europeos, principalmente franceses, que invadieron esa parte despoblada de la isla, entonces española.

El lamentable rápido exterminio de nuestra población indígena, la importación de esclavos africanos, y la fusión de razas gracias al mestizaje, hizo de nuestra cultura algo particular, pues no tenemos los problemas sociales de países de la región con alta población indígena, tampoco la predominancia europea de otros, ni la profunda división entre amos blancos y esclavos negros; pero al mismo tiempo hemos sido siempre una sociedad predominantemente mulata que reniega de sus orígenes africanos y reivindica su lado blanco, lo que se ha retratado de forma jocosa en merengues legendarios, y en la recordada mención del color indio en la cédula de identidad de muchos mulatos que se negaban a reconocer su raza.

Esas particularidades no son vistas por la mayoría, que ha preferido hacernos ver como viles racistas y xenófobos, sin embargo, cualquiera que venga al país podrá constatar los niveles de permeabilidad existentes con los extranjeros, la falta de rigidez que hace que la gente tenga relaciones muy directas y desprovistas de protocolos, la convivencia pacífica con haitianos que venden frutas, construyen en obras, siembran y realizan todo tipo de trabajos principalmente informales, los que los dominicanos se niegan a hacer o no están dispuestos a hacerlos por el salario pagado, aunque exista la dicotomía de que quieren tenerlos como empleados, proveedores o celadores, pero no de familia, y se lamenten del cada vez más creciente número de su población en el país.

El racismo como los colores tiene muchos matices, y ese colorismo que nos endilgan por privilegiar a los de piel más clara, es más bien un “dinerismo”, porque la real diferencia aquí radica en el dinero que se tenga, con el cual en esta sociedad se alcanza sin dificultad lo que en muchas otras que nos acusan de discriminar por color, no hay fortuna que lo logre, aunque debemos aspirar a que ninguna discriminación prevalezca. Hacer entender al mundo esta realidad es difícil, sobre todo cuando es una verdad inconveniente, no obstante, debemos ser persistentes en comunicarlo, pero también sensatos para comprender la dimensión del problema, y responsables para trabajar en corregir las muchas cosas que sí están a nuestro alcance.

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