Dos de mis mejores amigos son enemigos por culpa de discusiones “pelóticas”, ingenioso término para referirse a la mezcla de pelota y política, dos pasiones de nuestro pueblo. Todo inició en una tertulia en mi hogar. Uno expresó que las Águilas Cibaeñas, como equipo de béisbol, tenía más mística que el Licey y que su fanaticada era más alegre; el otro respondió, que el aguilucho no tenía moral pues estaba apoyando un partido político que…
De inmediato iniciaron los dimes y diretes y las descalificaciones personales. Aunque varias veces traté de que las aguas volvieran a su nivel, ambos no me hacían caso, hasta que, bajo la amenaza de que si continuaban los echaría de mi casa, la calma regresó de sus vacaciones, no sin antes los dos mirarse como advirtiéndose que el enfrentamiento no terminaría ahí.

Durante el resto del encuentro los guerreros guardaron silencio, con sus rostros amargados y desfigurados; no disfrutaron la música, la “picadera”, el vino, los chistes, las historias repetidas y los relajos sano. Los demás pensábamos: ¡qué tristes y aburridos se ven esos dos loquitos por un disparate!

Por todo ello, cuando hablo o escribo sobre “pelótica” me preocupo por hacerlo con respeto, independientemente de que el lector no sea aguilucho. Podemos defender nuestras convicciones sin ofender, sin pronunciar epítetos contra los demás; incluso resulta noble cuando resaltamos las virtudes del contrario, aunque no sean aguiluchos.

Cuando hablo o escribo sobre “pelótica” sé que pocos o muchos de los que me escuchan o leen no están de acuerdo conmigo, y en ocasiones me lo expresan con altura, y eso lo valoro bastante, pues enriquece las ideas, reconociendo (soy imparcial) la superioridad aguilucha.

Cuando hablo o escribo sobre “pelótica” lo hago con decencia, y, si procede, con firmeza; sé que en todos los equipos y partidos políticos hay gente buena y mala, que la verdad y la razón no están de un solo lado, sin negar que, siendo en extremo objetivo, las Águilas son lo máximo.

Podemos ser activos en la “pelótica”; en el béisbol, para disfrutar un deporte que está en nuestra sangre; en la política, porque es un espacio de servicio a los demás, no importa la sigla o el color de nuestra preferencia, sí desde donde estemos trabajemos responsablemente por construir una patria mejor, actuando con honestidad y eficiencia.

Amar la “pelótica” no implica intransigencia, al contrario, se requiere un alto grado de tolerancia con quienes difieren de nosotros. Y eso se lo explicaré a mis dos amigos, para que de nuevo se den la mano como hijos de Dios, aunque en lo concerniente a la pelota, el aguilucho tenga razón.

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