La Asamblea General de las Naciones Unidas estableció en noviembre de 2007 que cada 15 de septiembre se celebraría el Día Internacional de la Democracia.
Y aunque es importante, habría que precisar muy bien qué es lo que se celebra, porque ha devenido en un concepto desdibujado y que en buen lenguaje dominicano se interpreta y se aplica “a sigún”.
Lo que para unos es democracia para otros vendría siendo lo contrario, y un ejemplo al canto es la actual crisis en Venezuela donde casi todos los actores se reivindican como democráticos, incluidos expresidentes cuyas gestiones no fueron, precisamente, un crisol. Incluso, presidentes de países que tampoco son dechado de virtudes democráticas.
Valdría la pregunta, ¿democracia? Sí; ¿pero cuál democracia?
Por eso para celebrar ese día habría primero que precisar el concepto y en cuáles países, en la práctica, se aplica, para que la verdad y la mentira no jueguen a las escondidas.
La verdadera democracia se expresa en el consenso y se fortalece con exigencias reales a los que tienen poder.
En una democracia la libertad de expresión es de sus pilares, y resulta de alto riesgo para ella la tendencia de “acribillar” al que emita juicios que vayan contra la corriente o que no sean complacientes con los que gobiernan.
Además, no existe como tal donde la autocensura tiene espacio, porque el miedo a hablar está escrito en las páginas más negativas de la historia de la humanidad.
Tan relativo es el concepto, aunque se supone que es un valor universal, como la propia fecha de celebración (en Canadá se celebra por una semana, en Estados Unidos se pide sea festivo federal junto al día de elecciones generales, Reino Unido el 20 de enero, Cabo Verde el 13 de enero, Nigeria el 29 de mayo, cada uno con una inspiración diferente).
Para Naciones Unidas esta diversidad y amplitud está cónsona con que no existe un modelo único de democracia, sino un sinnúmero de interpretaciones que comparten principios y valores comunes.
Una cuestión que sí tenemos clara, y de la que podríamos hablar con propiedad y a boca llena, es que los dominicanos vivimos en lo fundamental en una democracia, donde las instituciones básicas del sistema funcionan, aunque limitadas por la proliferación de imperfecciones, injusticias y privilegios que, como pesados fardos, limitan su andar.