La música es un arte de origen tan remoto y misterioso como el hombre mismo. Posiblemente surgido de la imitación humana de los sonidos de la naturaleza, evolucionó hasta asociarse a rituales de apareamiento y después a formas mágicas de comunicarse con los dioses.
Se han encontrado flautas de hueso que fueron hechas hace de más de treinta mil años, lo que nos da una idea de su antigüedad.
Cada 22 de noviembre se celebra el Día Internacional de la Música, en honor a Santa Cecilia, patrona de la música y es también el Día Internacional del Músico.
Como manifestación del espíritu, reflejo de una cultura y representación subjetiva de determinadas realidades, la música es un lenguaje universal que toca lo más profundo del cerebro humano para acercarlo a la belleza del amor, al encuentro con Dios, al fervor por la patria o a la alegría de cualquier tipo de festejo, sea familiar, grupal o colectivo.
La tecnología ha perfeccionado los instrumentos, pero no todo es color de rosa para los músicos, que son trabajadores que viven de esta disciplina.
Un enorme número de instrumentistas o ejecutantes es desplazado por las “cajitas de ritmos”, por las “pistas” y por la “secuencia”, que elimina o incorpora instrumentos, y el “karaoke”, con el que los clientes amenizan su noche y, mientras peor cantan, más lo disfrutan, lo que representa el tiro de gracia para el trovador o el intérprete.
Se habla también de un réquiem para coristas y viajes con orquestas al extranjero, limitados al cantante principal porque opera el “ven tú”, con el que se elude la firma de contratos de trabajo, para mayor desamparo del músico.
Lo que llamamos rock, punk, heavy metal y otros estilos, por machacantes que suenen, son expresiones de época, así como ahora tenemos el reinado de los urbanos, que no solo desafinan y balbucean, sino que con letras cargadas de contenido sexual, que insultan y degradan a la mujer, encandilan a multitudes, copan escenarios y dominan la taquilla.
Ante tantos e innumerables cambios que padece el “mundo” de los músicos y profundizan su orfandad, mientras rescatamos lo valioso de este arte superior y sublime, solo nos queda apelar a Santa Cecilia y al Estado, para que los que han hecho de la música su manera de ganarse la vida, reciban protección.