Cuando el puerto se construyó en Pepillo Salcedo, que entonces era Manzanillo, en la provincia de Montecristi, en la década del cincuenta, la economía dominicana no se imaginaba en los términos que la conocemos hoy, 68 años después.

Esa obra no solamente está en precarias condiciones, sino que su dimensión no está acorde a los nuevos tiempos y el porvenir, cuando se avizora que una terminal en ese sitio constituye una oportunidad para exportar, con capacidad para grandes embarcaciones, en un entorno con un potencial de desarrollo de grandes parques industriales, al margen del potencial económico de la región Norte y Noroeste.

Después de muchos años de abandono y reclamos, finalmente la actual administración ha declarado la construcción de esa terminal como de “alta prioridad”, tras recibir un informe de una comisión que realizó un estudio sobre esa infraestructura y otros aspectos vinculantes.

Era tiempo de que el gobierno encaminara pasos en esta dirección.

Ese puerto es una oportunidad no sólo para los pobladores de Pepillo Salcedo, la provincia de Montecristi, el resto de la Línea Noroeste y la región Norte, sino para toda la República, pues la zona tiene potencial económico de amplio espectro.

Para alcanzar el propósito, el gobierno debe llenar todos los procedimientos y evitar que intereses particulares levanten obstáculos a esa obra de tanto valor estratégico.

Dentro de ese temperamento, es importante que para la formulación de la iniciativa el gobierno haya consultado a los sectores productivos de la zona norte, en particular el sector industrial, los productores agropecuarios de la zona y a los navieros. Construir el consenso deseado sobre la naturaleza y alcance de la terminal es clave.

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