El ex primer ministro de Haití, Garry Conille, en una foto de archivo. EFE/Johnson Sabin
El ex primer ministro de Haití, Garry Conille, en una foto de archivo. EFE/Johnson Sabin

Si la destitución del primer ministro Garry Conille ha ocurrido de la forma en que se comenta que sucedió, es suficiente para que se acabe de perder la capacidad de asombro ante esa realidad, y ratifica la idea de que Haití parece tierra de nadie, un territorio del sálvese quien pueda. Además de que ninguna medida o acción externa prosperará si la respuesta a su crisis no proviene de los propios haitianos.

Altamente preocupante es la frecuencia con la que se producen allí hechos relevantes y todo sigue como si nada, como si nuestros vecinos estuvieran acostumbrados y convencidos de que nunca saldrán de su pesadilla, que raya en lo indescriptible.

Lo de ahora es la profundización su crisis política-económica-social, la que apuntala peligrosamente el grave vacío de poder, en medio de una ebullición caracterizada por que la población carece de lo esencial, de comida y agua; escasea el combustible y los hospitales están sin aprovisionamiento.

Y el país continúa a merced de pandillas bien armadas, con enfrentamientos frecuentes entre los propios bandoleros que hacen de la violencia generalizada el pan de cada día. (Ilusos fueron los que supusieron que el mero envío de un puñado de mal entrenados y belitres policías kenianos pacificaría Haití. También los que confiaron en la esquiva e irresponsable comunidad internacional, en los compromisos de la resolución de la ONU, y en que fluirían más recursos económicos y materiales).

Si el Consejo Presidencial Provisional se empantana, como es lo que aparenta, se podrían ir a pique los acuerdos para que al menos en 2025 hubiera elecciones legítimas, que dejaran en manos de ese sufrido pueblo decidir su destino y que la “comunidad internacional” se limitara solo al acompañamiento.

Cuando estamos ya a mediados del mes once, con un Consejo Presidencial Provisional en permanente disputa intestina, es poco lo que se puede esperar.}

Tonificante es que las autoridades dominicanas no han bajado la guardia ni ante el chantaje ni ante las presiones, ni descuidado la vigilancia en atención al siempre posible desborde migratorio.

Duele decirlo, pero con este nuevo episodio se revitaliza la idea de que Haití es un muerto con el que nadie quiere cargar, y para colmo entre ellos mismos se tiran la pelota una y otra vez.

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