La mesa está servida para que retornen a Haití con otro ropaje los cascos azules de la ONU como parte de una fuerza supuestamente para mantener la paz. Solo faltaría, es cuestión de días, que el Consejo de Seguridad y el gobierno de Haití aprueben reforzar a los policías kenianos “con la sombrilla de la ONU”, o sea bajo su responsabilidad.
Así sucederá según pronunciamientos del secretario general, Antonio Gutérres, promotor de la iniciativa junto al secretario de Estado Anthony Blinken y Willian Ruto, presidente de Kenia, porque como ha dicho el primer ministro de Haití no se está “ni cerca de manejar la inseguridad” y se necesita una fuerza “suficientemente equipada”.
Para menos sorpresa, el embajador dominicano ante la ONU, José Blanco, reveló a la periodista Katherine Hernández de CDN que el presidente Abinader conoce esos planes y no se opone.
Lo que se gesta, según consta en un comunicado del Departamento de Estado estadounidense, es sustituir a la actual misión, por una que mantendría la paz y garantizaría que el pueblo haitiano reciba apoyo sostenible en materia de seguridad.
En el fondo de estos movimientos figura, sin importar el nombre que les pongan y sin reconocer expresamente los sucesivos fracasos, el retorno a 2004 cuando se creó la Minustah.
Resulta penoso retornar al punto de partida y que todo siga igual. Los rejuegos de la ONU en Haití comenzaron en 1990 con una misión de observación de las elecciones que ganó Aristide, y retiró sus tropas en 2017. Tras 27 años, esa misión dejó todo prácticamente igual.
¿Cómo es que ahora, sin ningún balance objetivo, la ONU habla de retomar para Haití una fuerza de paz con todo prácticamente por hacer en cuanto a policía, Estado de Derecho y derechos humanos? ¿Por qué exploran otras fórmulas sin siquiera haber cumplido el compromiso de engrosar un fondo de US$600 millones.
Este escenario sería un nuevo reto para las autoridades dominicanas, que debieran proceder con cautela y fino tacto diplomático y jamás comprometerse a enviar militares, porque Haití ha sido siempre lo mismo, con fuerza de la ONU o sin ella.
Duele decirlo, pero en esas vacilaciones de la comunidad internacional yace la idea de que Haití es un muerto con el que nadie quiere cargar, y por eso es que entre ellos se tiran la pelota una y otra vez.