Este 11 de junio se celebra, por primera vez, el Día Internacional del Juego, con el propósito de destacar la importancia de esta actividad infantil con la que los niños aprenden a interactuar, adquieren disciplina, comprenden la importancia de las reglas de conducta, desarrollan habilidades comunicativas y moldean su personalidad.

El juego es importante no solo para los infantes, sino también para los padres, porque compartir actividades lúdicas mejora la salud mental y la resiliencia emocional, y sirve para dotarles de las herramientas que necesitan para sobrevivir y prosperar, para construir un futuro mejor.

En estos tiempos globales los adultos tienen escasos momentos para compartir y su preocupación es formar hijos competitivos para que sean profesionales exitosos, cargados de actividades que incluyen salas de tareas, academias de idiomas y gimnasio, entre otras exigencias.

Aunque el 71 % de los niños afirma que el juego es importante porque les hace felices, y el 58% dice que les ayuda a hacer amigos y pasarlo bien con los demás, se calcula que 160 millones de niños en el mundo trabajan en vez de jugar o aprender.

Solo uno de cada cuatro niños juega regularmente en la calle, en comparación con la generación de sus abuelos, de la que casi tres cuartas partes dicen que jugaban al aire libre varias veces a la semana, mientras que en la actualidad al 41 % de los niños sus padres u otros adultos, casi siempre sus vecinos, les han pedido que dejen de jugar en la calle o en las aceras.

A esto hay que sumarle los chicos que prefieren ver televisión o jugar con celulares, tabletas, computadoras o dispositivos digitales, casi siempre con la anuencia de los mayores que, gracias a esas niñeras electrónicas, se libran de ellos por unas cuantas horas.

“La verdadera patria del hombre es la infancia”, escribió alguna vez el poeta austriaco Rainer María Rilke; entonces, lo que los niños necesitan es adultos pacientes, que jueguen con ellos y los acompañen, que los protejan y les enseñen a protegerse de los abusos que siempre acechan, para que esa patria llamada infancia se construya con memorias felices.

Felices, sí, y despejados, porque a tan corta edad, como se destaca en El principito de Saint Exupery, se ven las cosas con limpieza de alma y ausencia de prejuicios, y a las personas tal como son

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