El odio es un sentimiento negativo que se caracteriza por ser irracional y no admite ningún tipo de análisis ni de crítica, porque su objetivo es la destrucción o desaparición total de aquello que se odia.
Cada 18 de junio se celebra el Día Internacional para Contrarrestar el Discurso de Odio, una efeméride proclamada por la ONU con el objetivo de combatir este tipo de expresiones y promover la libertad de ideas y de difusión del pensamiento.
Sucede que el odio opera en las personas de una manera que cierra toda posibilidad de valoración de lo que es odiado.
Fue sobre la base del odio que el nazismo impuso sus ideas de superioridad racial, las mismas que los actuales grupos supremacistas desparramados por el mundo siguen defendiendo, cuando la ciencia ya ha demostrado con incontrastables evidencias que la especie humana, con todas sus características étnicas diferenciadas comparte un mismo genoma y que el color de piel, el tamaño o el color de ojos o el tipo de nariz de las personas no identifican otra cosa que a un ser humano.
Las redes sociales que, como dice Umberto Eco han permitido darles voz e influencia a una legión de idiotas, potencian el discurso de odio, casi siempre manipulado a través de grupos y corporaciones que lo único que persiguen es pescar en río revuelto según sus propios intereses.
Lo peligroso del discurso de odio es que genera intolerancia, incita a la violencia y conspira contra la paz social y contra la sana convivencia en cualquier lugar donde haya un grupo de personas que comparta un mismo espacio, sea una población, una pequeña comunidad o un lugar de trabajo.
También fomenta la división y el enfrentamiento acérrimo entre grupos humanos, casi siempre a través de informaciones falsas o exageraciones de hechos aislados.
La mejor manera de contrarrestar el discurso de odio es aceptar las diferencias, tanto físicas como de pensamiento, no dejarse arrastrar por determinadas proclamas que incitan a defender valores difusos, como el falso patriotismo o la pureza racial, y sobre todo, comprobar cabalmente cada información que nos llega, desde la fuente hasta qué intereses persigue o a quién beneficia.
Solo así podremos aspirar a una sana coexistencia en un mundo que parece caminar cada día más aceleradamente hacia su propia destrucción.