Napoleón Bonaparte hizo una célebre referencia a la China: “Allí yace un gigante dormido. ¡Déjalo dormir! Porque cuando despierte, sacudirá al mundo”. El ascenso de China era inevitable. Un enorme país con una población que sobrepasa la zona de libre comercio de México, Canada y los Estados Unidos por mil millones de personas. Un país de una cultura milenaria, cuya burocracia construyó un imperio. El resurgimiento de la China resultó de una política económica arriesgadamente pragmática de tolerar la iniciativa empresarial en un sistema basado en el control social. Los inversionistas occidentales reaccionaron moviendo capitales para aprovechar la oportunidad, modernizando la estructura productiva, con nuevas tecnologías. Este fenomeno nos quedó evidenciado en Shanghai. Nos montamos en un tren de fabricación occidental que flota sobre un campo magnético, que nos permitió ir y volver del centro al aeropuerto en apenas 15 minutos por trayecto, a una velocidad pico de 433 kilómetros por hora.

Esta rápida modernización tuvo consecuencias sociales. La política de un hijo por familia resultó en el aborto de decenas de millones de niñas, en una sociedad que valoraba a los hijos. Asimismo, el ascenso de la clase trabajadora china resultó devastador para su homóloga norteamericana, devastada por una desindustrialización, que la dejó sin empleos, ni esperanzas. De ahí la deserción de parte importante de los trabajadores del Partido Demócrata, su base tradicional. Aún más, el argumento ideológico de que a la liberación económica seguiría la liberación política resultó equivocado. La prosperidad económica ha hecho más tolerable el control social y las nuevas tecnologías informáticas recopilan información sobre los ciudadanos para su más riguroso control. Adicionalmente, aunque la China no predica, ni practica la antigua política soviética de enterrar a Occidente, pues serían los principales perdedores, su creciente poder lo utiliza para retar a las democracias occidentales e impulsar su modelo político.

Este poder emergente que practica la libertad económica y el control político-social representa un reto a la clase empresarial dominicana. Ciertamente, algunos de sus miembros actuaron precipitada e imprudentemente cuando se abrieron las relaciones diplomáticas: Priorizaron los negocios a los principios. Actuaron como algunos empresarios venezolanos que ganaron mucho dinero con Chávez, hasta terminar perdiendo su país. Debemos conducir nuestros esfuerzos por tres vías. Retomar el principio de la Libertad, con mayúscula. La Libertad que permite al periodista honesto expresarse libremente, al catedrático desarrollar sus ideas, y al empresario sus negocios. Respeto hacia la China.
Podemos estar en desacuerdo, pero debemos respetarla, de lo contrario pagaremos un precio. Nuestra cultura bullanguera no funciona con los chinos. Finalmente, recordemos el Principio Putin, que desmiente la cháchara venezolana del bloqueo imperialista: El país pequeño que reta a su gran vecino poderoso, como hizo Georgia con Rusia, terminará derrotado y además, en ese caso, con parte de su territorio mutilado.

Posted in Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas