Estoy convencido que Satanás y toda su “caterva” de demonios menores, se transportan en motocicleta. Este artefacto, vehículo impulsado por un motor, de dos ruedas, con dirección en la delantera, bien utilizados, aportan enormes beneficios en el transporte, como solución económica para el desplazamiento personal. Su historia, se remonta a 1867 cuando el norteamericano Sylvester H. Roper, construyó una, con motor a vapor. Evolucionadas tras éxitos y fracasos, superada la Segunda Guerra Mundial, los japoneses inundaron el mundo con sus Hondas y otras marcas y creo que ello “como venganza a los holocaustos de Hiroshima y Nagasaki”, ciudades “borradas” con bombas atómicas. En el país circulan más de 4 millones de vehículos. De esos, el 54.4%, 2,236,600, son motos. Proliferan en ciudades, pueblos grandes, pequeños y en el propio campo, como sustitutos estériles del menospreciado burro. Si bien son útiles, el criollo con sus peculiaridades “transformativas”, convierte el susodicho armatroste, en transporte plural, dando sentido a la expresión de “to’er que quepa ener sillín”. Se modifican para hacerlos “reicin” y andar “como la jonderdiablo”, con sonido de abejorro gigante. Si bien forma parte importante de la solución del transporte, los desaprensivos, abundante subgénero del “domini canis”, lo conducen de forma archi mega temeraria, llegando a crear un “síndrome médico”: la “motofobia”. Se manifiesta cuando usted siente el clásico sonido, sin poder identificar si viene por la derecha, izquierda o simplemente vuela sobre su vehículo o se desplaza subterráneamente, para aparecer de repente e improviso en su trayectoria, descargando grandes dosis de adrenalina, solo compensables con floridas malas palabras que salpiquen, marginalmente, a la inocente madre del desaprensivo. Con gran habilidad “maniobran” frente a las narices de un vehículo, dibujando peligrosas piruetas, en busca de espacios para pasar “alante y de primero” Los cascos, más usados hoy, no son la regla y aunque vayan 3 sobre el “burro con motor”, solo uno lo lleva. Invaden con velocidad y pasmoso desdén, el carril del que viene de frente, sin inmutarse. Violan normas, semáforos y señales, transitan sin luces, sin sanción alguna. Si te chocan o los chocas: la culpa es tuya, como quiera. No hay vehículo sin cicatrices de los encuentros con estos engendros. En la capital, Santiago, y otros centros urbanos, hay zonas donde el caótico transito es aún peor, como si la idiosincrasia del suicida de la moto, variara con la ubicación. Siempre que vaya a doblar a la derecha, aparecerá un motorista que quiera hacerlo antes que Ud., quedando “aperruchao” entre carrocería y contén y la culpa es suya. Estos “kamikazes” en dos ruedas aportan mucho a la irritante tensión con que se conduce en RD. Encabezan estadísticas de muertos, mutilados y condenados a sillas de ruedas, mientras Satán sigue cosechando almas.

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