Con la desaparición de Juan Bosch, José Francisco Peña Gómez y Joaquín Balaguer, también se esfumó el fanatismo político, aunque quedan algunas huellas que son el resultado de las incontrolables pasiones. Había notables diferencias entre ellos, desde la ideología hasta la personalidad de cada uno. Eso influía.
Lo de “matarse” en las esquinas en defensa, ataque, amor u odio a un líder político es tan pasado, que las nuevas generaciones no entienden que eso ocurría. En términos generales esto es positivo y ha influido para mantener el apreciable clima de paz política que tenemos. Cuando el presidente de la República se reúne con los expresidentes y se tratan con respeto, el mensaje de armonía llega a cada uno de sus seguidores.
Pero, como expresé, hay excepciones, como las de dos de mis mejores amigos que ahora son enemigos por culpa de discusiones políticas. Estábamos en una tertulia. Alguien, sanamente, indicó que las Águilas Cibaeñas, como equipo de béisbol, tenía más mística que el Licey; otro, que malinterpretó la “chercha” y tomó el comentario como ofensa para él, respondió en tono agresivo que el aguilucho no tenía moral para hablar pues estaba apoyando a un partido político que…
El aguilucho se incomodó. De inmediato empezaron los dimes y diretes, las voces alteradas, los señalamientos con el dedo índice, las interrupciones en las intervenciones, los intentos de demostrar conocimiento de la historia, las descalificaciones personales…
Aunque varias veces tratamos de que las aguas volvieran a su nivel, ambos no hicieron caso, hasta que, bajo la amenaza de que si continuaban así jamás serían invitados a estos encuentros, la calma regresó, no sin antes los dos mirarse como si se advirtieran mutuamente que el enfrentamiento no terminaría ahí.
Durante el resto de la velada los guerreros guardaron silencio, permanecieron con sus rostros amargados y desfigurados por el odio; no disfrutaron la música, la “picadera”, el vino, los chistes repetidos, los relajos sin malicia… Los demás pensábamos: ¡qué tristes y aburridos se ven esos dos!
Cuando hablemos de política debemos hacerlo con altura. Podemos defender nuestras convicciones sin denigrar a nadie, sin pronunciar epítetos contra los demás. Nuestra sociedad ha madurado en ese aspecto; no existen antagonismos insuperables entre nuestros líderes políticos, a diferencia de la mayoría de los países latinoamericanos donde resulta imposible que dialoguen o se refieran al contrario con cortesía.
En la política (y en la vida) el fanatismo daña, ciega y nubla el buen juicio. Se requiere tolerancia con quienes difieren de nosotros; la verdad no es exclusiva de nadie; de todos se aprende, sin importar colores partidistas. Y eso se lo explicaré a mis dos amigos, para que de nuevo se den la mano como hijos de Dios.