La primera en acuñar el término fue Diana Rusell, activista y escritora feminista, nacida en la Ciudad del Cabo, Sudáfrica en 1938 y fallecida en Oakland, USA en 2020. Tenía más de 40 años de estudio sobre violación, feminicidio, incesto y las relaciones entre pornografía y violencia sexual en ese país. El feminicidio se define como “el “asesinato de una mujer a manos de un hombre, por machismo o misoginia”, acto de extrema gravedad de discriminación y violencia de género. Es común que ello sea parte de un proceso deshumanizante, como violencia sexual, mutilaciones, quemaduras, torturas diversas incluido el maltrato sicológico y torturas emocionales con ensañamiento. Se trata, en nuestra nación, de un grave y arraigado problema cultural con profundas raíces, en el hipócrita machismo criollo. Al margen de lo que pueda decirse, el macho nacional tiene una sensación de superioridad extraviada con marcados ribetes de posesión y propiedad. “Mía o de nadie”, parece ser la consigna que impulsa al maltratador de mujeres que se dejan o que no pueden sustraerse del influjo abusador por circunstancias o dependencia emocional del enfermo, con frecuencia se trata de una ruptura, acto final de no superado y usualmente decidido por la víctima. El matador se aplica justicia cuando se suicida aumentado el sufrimiento ajeno. Existen raras excepciones del feminicidio producido por otra mujer, como el caso reciente de una pobre joven de 18 años, asesinada por un asunto pasional en Cotuí, por otra de 21 años, bajo el mismo principio de “mía o de nadie”. Como se trata de un problema cultural arraigado y en todo el territorio, tuvimos 51 casos conocidos en el 2023, 7 menos que en el año anterior, según estadísticas oficiales y varias más, según la fundación Vida sin Violencia. Cualquiera de las dos cifras, tiene un profundo impacto en nuestra sociedad en general y en lo particular, marcó con la desgracia las familias afectadas. En los 92 días transcurridos del 2024 ha habido más de 12 muertes por asunto de género. Soy testigo de excepción, hace varios años en un cuartel de la PN en Herrera, escuché cómo una joven fue a poner una querella contra su pareja, por la última paliza recibida. El “escribiente” le dijo, recibiendo a desgano la denunciante: “Algo grande hiciste tú pa que él te tuviera que dar eso golpe”. La nuevamente maltratada joven escapó del cuartel sin poner la querella, por que quien debía protegerla, se convertía en otro victimario. La educación oficial ha fracasado en el proceso transformador del hombre dominicano, en lo que a la cultura machista se refiere y el Ministerio de la Mujer es poco lo que exhibe en ese sentido. Para resolver este grave y creciente problema hace falta definir políticas públicas, proteger realmente a la mujer denunciante y mano dura contra el violento y abusivo.

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