Ingleses que parecen senegaleses, mexicanos que parecen belgas, ghaneses que parecen canadienses, mejicanos que parecen árabes, brasileños que parecen australianos, iraníes que parecen ecuatorianos… eso se vive en el Mundial de Fútbol en Qatar.

Debemos valorar lo que significa este evento, que abarca más allá de lo deportivo, sobre todo en nuestro país, donde el fútbol cada vez toma más auge. Algunos estiman, con razones dignas de tomar en cuenta, que en pocos años, entre nosotros, este deporte competirá con el béisbol. Afirman, como muestra, que en los colegios ya nadie practica beisbol, solo fútbol y que las canchas sustituyen los estadios. Y es la realidad.

En el fútbol no hay fronteras raciales. Llegan de países ricos y pobres, con gobiernos de izquierda y de derecha, judíos y musulmanes, ateos y cristianos. Así debería ser la vida. No existen muros que dividen. Solo los talentos hacen la diferencia entre equipos compuestos por hombres iguales ante Dios. Y aquel que discrimine es sancionado.

Me encanta observar la pasión de los atletas en el terreno, donde el nombre de sus países también está en juego. Se entregan con ganas, no importa que puedan quedar lesionados, arriesgan contratos millonarios, siguen corriendo, defienden, atacan, motivan a sus compañeros. Cada uno sueña con ser campeón.

Esto nos demuestra que la ambición sana, esa que va unida a los nobles propósitos, nos motiva a avanzar, a vencer obstáculos y a apreciar lo que somos capaces de conquistar. Nuestro techo tiene la altura que le construyamos.

Seamos optimistas, que ese sentimiento es mágico y transforma para bien lo que tocamos. Ganar o perder no debe marcarnos para siempre, pero sí hacer lo correcto, desempeñar con dignidad nuestra misión en el mundo y que nuestra conducta sea de tal modo que pueda ser ejemplo de moral universal.

En el fútbol se trabaja en equipo. Un atleta no puede hacer lo que quiera. Se debe a los demás. Es condición de las personas superiores reconocer que todo proyecto se obtiene uniendo voluntades, cada cual asume su responsabilidad y punto, siempre en armonía con el conjunto, porque una desviación de apenas uno puede ser fatal para el conglomerado.

En los pueblos ocurre igual. Las sociedades avanzan si tienen nociones claras sobre su futuro y si sus miembros se mantienen abrazados en las ideas y en la acción, con propósitos definidos, con un alto sentido de compenetración y comprensión para alcanzar sus metas.

El Mundial de Fútbol tiene enseñanzas que traspasan lo deportivo. Disfrutemos ese gran espectáculo, que si asimilamos sus buenos ejemplos seremos mejores ciudadanos. Sin dudas, estos juegos representan una hermosa muestra de confraternidad de los cinco continentes.

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