Desde la perspectiva histórica, pudo comprobarse que Platón ha dejado aportes relevantes a la filosófía del lenguaje, tras hurgarse por manía intelectual en tiempos de antaño, en busca de hallar las raíces atávicas sobre una cualquiera de las gnoseologías académicas, siempre partiendo de las ideas de los filósofos en torno a todo cuanto guarde relación con la especie humana, por cuya razón de ahora en adelante el estudio de la cuestión planteada habrá de acometerse situado en las huellas cognoscitivas de Aristóteles, escolarca de la enseñanza peripatética.
Para cualquier jurista, tal como ocurre con este diletante de la filosofía, acostumbrado a ver la palabra interpretación con el significado de comprensión, desciframiento o exégesis de locuciones, expresiones o textos jurídicos, puede causar conflicto cognitivo cuando en hermenéutica, obra de Aristóteles, según Maurice Beuchot, dicho término adquiere otro giro lingüístico, vinculado con el proceso comunicativo, consistente entonces en la recepción y emisión de sonidos vocálicos, oraciones, proposiciones y enunciados.
En efecto, a lo largo de este tratamiento filosófico, ha quedado muy claro que la comunicación constituye un proceso de naturaleza racional y social, máxime cuando semejante manifestación resulta ser una condición tan propia de la especie humana, porque ha sido demostrado científicamente que sólo la persona de carne y hueso posee la capacidad del signo lingüístico que es la expresión de mayor relevancia del lenguaje.
Desde la perspectiva aristotélica, a la filosofía del lenguaje le fue dada una relación muy estrecha entre gramática y lógica, luego para El estagirita los nombres o palabras, vistos como sonidos vocálicos, no pueden concitar ni falsedad ni verdad, pues tales criterios sólo existen cuando hay composición o estructura sintáctica, pero únicamente frente a las oraciones enunciativas, por cuanto son aquellas predicativas que afirman o niegan algo sobre el sujeto.
Luego, al descomponer las oraciones enunciativas, Aristóteles puso de resalto que tanto el nombre como el verbo son sonidos vocálicos representativos de símbolos que afectan el alma, cuyo valor significativo viene dado por convención, de suerte que se trata de signos artificiales y desde semejante aserto el punto de vista de este filósofo se aleja de la teoría naturalista que fue acogida por su maestro, Aristocles de Atenas, mejor conocido por el cognombre de Platón.
Dentro de esa misma línea de pensamiento, a tales categorías oracionales les adscribió las correspondientes nociones. Así, entendió el nombre, la palabra o el signo lingüístico como la parte subjetiva de la proposición enunciativa, mientras que el verbo fue denotado como el elemento predicativo de semejante estructura sintáctica.
De igual manera, a Aristóteles se le atribuye haber clasificado las oraciones en asertóricas, modales, opósitas, equipotentes, conversas y futuristas contingentes, pero para este filósofo sólo las proposiciones enunciativas adquieren el criterio de verdad o falsedad, por cuya razón en su libro sobre la hermenéutica le dedicó un exhaustivo estudio.
Bajo la misma perspectiva sumulística, el preceptor de Alejandro Magno asumió la teoría convencionalista en las oraciones enunciativas, tras dejar establecido que tales proposiciones asertóricas adquieren valor significativo mediante artificio, arbitrio, cultura, beneplácito o concierto de voluntades entre los integrantes de una comunidad de hablantes.
Ahora bien, la teoría aristotélica sobre el lenguaje reconoció la existencia de una especie de dualidad contradictoria, ya que dejó fijado que había sonidos inarticulados, tales como gemido, risa, silbo y carraspeo, los cuales eran signos naturales, pero de igual manera incluyó las voces articuladas, entre ellas palabras, verbos, nombres y símbolos, cuyos significados eran dados mediante artificio o convención, usados para designar cosas de la realidad circundante, traducidos en entes reales, ideales, afecciones del alma o conocimientos abstractivos.
En argumentación sumulística, para que un juicio u oración sea una proposición, ha de contener por necesidad un significado dotado de composición sintáctica, de tal forma que pueda adquirir falsedad o verdad, a través de un enunciado de clase universal o de taxonomía particular.
Con miras a dejar cerrado este círculo hermenéutico, cabe contemporizar con Aristóteles, tras asumir que la palabra, nombre o signo lingüístico, vistos como emisión de sonido vocálico, ha venido a ser conocimiento abstractivo, afección mental o del alma que puede traducirse en la actualidad, tal si fuera un sentido o concepto, acompañado de su referencia, según posteriormente fue establecido en la teoría sobre filosofía del lenguaje de Gottlob Frege.