El liderazgo educativo es uno de los temas que ha venido ocupando mayor atención dentro de la agenda de reforma educativa a escala mundial en las últimas décadas. Las evidencias que alrededor de esta variable las investigaciones han ido produciendo de manera consistente y cada vez más robusta, han contribuido con el incremento de lo que actualmente es una conciencia generalizada de que el desafío de la mejora de la calidad educativa pasa necesariamente por el desafío del desarrollo, y fortalecimiento del liderazgo en los centros educativos. Lo anterior ha llevado, inclusive, a que en muchos países el liderazgo en sí mismo forme parte de las metas educativas establecidas.

En el contexto de la República Dominicana, el discurso de reforma educativa que se ha asumido e intensificado en los últimos años alude al tema del liderazgo reconociendo su importancia y la necesidad de que en los centros educativos los directores se conviertan en líderes pedagógicos. Sin embargo, todavía se evidencia una notable ausencia de políticas e iniciativas orientadas a la formación, desarrollo y fortalecimiento de los líderes que necesitamos, razón por la cual considero oportuna la ocasión para ofrecer algunas reflexiones en torno al tema del liderazgo escolar, su esencia, sus fundamentos y sus implicaciones para la práctica de mejora en las instituciones educativas.

Lo primero que debemos puntualizar es que el liderazgo educativo constituye un nuevo paradigma dentro del campo de la gestión y dirección escolar. La dirección escolar hunde sus raíces en el seno de la revolución industrial de finales del siglo XIX y desde entonces y, durante gran parte del siglo XX, primó en la escuela un enfoque de la gestión escolar heredado de esa cultura tradicional, centrada en los procesos burocráticos y la supervisión del cumplimiento de rutinas a lo interno de la institución escolar.

No obstante, a partir de la década de los 90 el campo de la administración escolar ha dado un giro total al plantearse la necesidad de focalización en los resultados de aprendizaje más que en los insumos y procesos. De aquí que, para enfrentar el nuevo desafío, las escuelas debían dar el salto cualitativo de pasar de ser organizaciones burocráticas a convertirse en comunidades profesionales de aprendizaje.

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