Desde que el presidente Danilo Medina anunció que no buscaría la reelección, inició un largo período de transición, quizás sin precedentes en nuestra historia. Y no me refiero a lo que señala nuestra Constitución, si no a nuestra realidad política, la cual, para colmo, cuenta en esta ocasión con el impredecible ingrediente de que las elecciones municipales serán separadas de las legislativas y presidenciales.

En términos legales, el artículo 209 de nuestra Carta Magna establece que las asambleas electorales para elegir al presidente, vicepresidente y representantes legislativos y parlamentarios de organismos internacionales, se celebrará el tercer domingo del mes de mayo (día 17) y las de las autoridades municipales, el tercer domingo del mes de febrero (día 23). En virtud del artículo 274 de nuestra Constitución, los primeros tomarán posesión el 16 de agosto y los segundos el 24 de abril del mismo año.

Con relación al Poder Ejecutivo, la transición sigue de tres meses. Naturalmente, las circunstancias ahora son diferentes, pues el jefe de Estado dijo con mucho tiempo de antelación que no optaría por un nuevo mandato. Lo anunció el 22 de julio, por lo que esta atípica transición durará casi 11 meses, es decir, hasta el 16 de agosto de 2020. Con esta decisión dejó una apreciable incertidumbre política que sobrepasa al Partido de la Liberación Dominicana, aunque allí es donde más importancia tiene.

En países en vías de desarrollo el cambio de un presidente a otro suele ser éticamente peligroso. Igual ocurre con los alcaldes y legisladores que no repetirán en sus curules, quienes aprovechan este tiempo para aprobar y probar lo que les conviene. Entre nosotros la transición ha causado estragos. No todos mantienen una conducta intachable y la frente en alto cuando están a punto de cesar en sus funciones, como si ello fuera una cobardía y no un acto de responsabilidad y honor.

Cuando el calendario se agota, en nuestra tradición política se hace y deshace con rapidez al amparo de la madrugada, incluso sin guardar las apariencias, buscando la manera de sacarle el mayor provecho personal a esa circunstancia, por si acaso no se repite. Se perfeccionan o inventan travesuras, como si fuese un período de gracia, tolerancia y gula para los que se van. Aquí los políticos se comportan como el glotón condenado a muerte, frente a un manjar, en su última cena. Esto es muy delicado.

Eso sí, estoy convencido de que Danilo Medina no permitirá que esta larguísima transición empañe su apreciable y positiva obra de gobierno, con logros incuestionables. De seguro estará más atento que nunca, para culminar siendo respetado y aplaudido por la mayoría de nuestro pueblo.

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