Somos de los países latinoamericanos con menos pasiones en la cotidianidad política. En la mayoría de esas naciones hermanas la sociedad está fragmentada, generalmente dividida en dos bandos irreconciliables.

Parte esencial de la paz que tenemos se debe a que entre nuestros principales actores políticos, a pesar de algunos exabruptos, reina la armonía o al menos casi no existen enemistades irreconciliables. Incluso, las diferencias ideológicas y hasta de comportamiento entre los partidos políticos es cada vez menor, aunque no todos los líderes son iguales. Y aquí valoro al presidente Luis Abinader como positivo referente a seguir.

De todas maneras, no estamos exentos de fanatismos y más en estos momentos de contiendas internas en los partidos para elegir sus candidatos. Las guerras fratricidas suelen ser más crudas que aquellas con los contrarios.

Desde hace días dos de mis mejores amigos son enemigos por culpa de las discusiones políticas. Todo empezó en una tertulia en mi hogar. Uno expresó en el grupo que las Águilas Cibaeñas, como equipo de béisbol, tenía más mística que el Licey; el otro respondió, desvirtuando el tema y tomando el comentario para él, que el compañero aguilucho no tenía moral para hablar pues estaba apoyando a un partido político que…

Y de inmediato se iniciaron los dimes y diretes, las voces alteradas, los ánimos desbordados, los señalamientos con el dedo índice, las interrupciones en las intervenciones, los intentos de demostrar conocimiento de la historia, las descalificaciones personales…

Aunque varias veces traté de que las aguas volvieran a su nivel, ambos no me hacían caso, hasta que, bajo la amenaza de que si continuaban los echaría de mi casa, la calma regresó de sus andanzas, no sin antes los dos mirarse como advirtiéndose mutuamente que el enfrentamiento no terminaría ahí.

Durante el resto del encuentro los guerreros guardaron silencio, permaneciendo con sus rostros amargados y desfigurados por el odio; no disfrutaron la música, la “picadera”, el vino, los chistes, las historias repetidas, los relajos sanos… Los demás pensábamos: ¡qué tristes y aburridos se ven esos dos!
Al final les dije que estar en política no es ser fanático; al contrario, se requiere un alto grado de tolerancia con quienes difieren de nosotros. Por todo ello, cuando hablo y escribo sobre política siempre me preocupo por hacerlo con respeto. Podemos defender nuestras convicciones sin ofender, sin pronunciar epítetos contra los demás.

Pero esos dos caballeros son la excepción. Gracias a Dios los políticos dominicanos desde hace años, quizás desde la desaparición de los tres últimos líderes (Bosch, Peña Gómez y Balaguer) han madurado mucho en cuanto a la convivencia con los demás, aunque en otros aspectos falta nos mucho camino por recorrer.

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