¿Exportación de semáforos?

El 2018 ha sido designado por el Poder Ejecutivo como el año del Fomento de las Exportaciones. Una clara y contundente señal del convencimiento

El 2018 ha sido designado por el Poder Ejecutivo como el año del Fomento de las Exportaciones. Una clara y contundente señal del convencimiento que tiene la actual administración sobre la importancia de elevar nuestras exportaciones para aumentar su contribución el crecimiento económico, a la creación de empleos y la generación de divisas.

Un análisis objetivo y desapasionado de la dinámica de las exportaciones de bienes de República Dominicana en los últimos 20 años, revela que el pobre desempeño de estas constituye uno de los puntos débiles de nuestra economía y, sin lugar a dudas, una de las tareas pendientes de abordar en la agenda de reformas estructurales.

Medidas en dólares corrientes, las exportaciones de bienes han mostrado una tasa de crecimiento anualizado de apenas 4.0% en el período 1997-2017. Cuando las descomponemos, observamos que las exportaciones nacionales han exhibido un mejor desempeño, exhibiendo un crecimiento anualizado de 7.8%. Si dejamos fuera las exportaciones de oro, el crecimiento anualizado baja a 5.6%, lo que revela la fuerte incidencia que ha tenido en las exportaciones nacionales el resurgir de las exportaciones de oro producto de la inversión realizada por Barrick Gold – Goldcorp en Pueblo Viejo.

Las exportaciones de zonas francas exhiben en los últimos veinte años el desempeño más pobre. Apenas registran un crecimiento anualizado de 2.3% en el período 1997-2017. En este débil crecimiento ha tenido incidencia la fuerte caída de las exportaciones de textiles, acreditada por algunos analistas a la eliminación del Acuerdo de Multifibras a partir del 1ro. de enero 2005 y, por otros, a la costosa y absurda apreciación del peso dominicano que se fomentó a partir de agosto del 2004. La fuerte apreciación del peso que tuvo lugar en el período agosto 2004 – julio 2005 parecería ser la causa fundamental del lento crecimiento de las exportaciones de zonas francas, pues mientras las empresas de zonas francas y maquilas de Honduras, El Salvador, Nicaragua y Guatemala lograron aumentar sus exportaciones de hilados, textiles y manufacturas textiles en el 2017 con relación al promedio del período previo al final del Acuerdo de Multifibras (2000-2004), en 39%, 101%, 371% y 2.2%, respectivamente, la República Dominicana vio caer las suyas en 53%. Haber forzado la baja del tipo de cambio desde 42 pesos por dólar a mediados de agosto del 2004 a la vecindad de 28 pesos en el 2005, provocó la devastación en el segmento textil de las zonas francas, fenómeno que no se verificó en Centroamérica.

Cuando analizamos la dinámica de las exportaciones como porcentaje del PIB, se advierte un retroceso significativo. Mientras en el período 1997-2002 las exportaciones de bienes promediaron un 22.5% del PIB, el año pasado apenas representaron el 13.3%. La caída ha sido provocada fundamentalmente por las exportaciones de zonas francas, las cuales bajaron de 18.6% del PIB en el período 1997-2002 a solo 7.5% en el 2017. Las únicas que aumentan como porcentaje del PIB son las nacionales, las cuales pasaron de 3.9% del PIB en el 1997-2002 a 5.8% en el 2017. Pero no nos engañemos. Ese resultado lo provocó un solo producto: el oro. Si excluimos las exportaciones de oro del análisis, las exportaciones nacionales en el 2017 alcanzaron el 3.9% del PIB, el mismo nivel de 1997-2002.

Si vemos la fotografía de la América Latina y el Caribe sobre la magnitud de las exportaciones de bienes como porcentaje del PIB en el 2017, se ratifica el diagnóstico de la debilidad. Trece países de la región exhiben niveles relativos de exportaciones mayores que el nuestro. Tal es el caso de Trinidad & Tobago (44.7% del PIB), México (35.6%), Paraguay (29.3%), Chile (24.7%), Bolivia (21.1%), El Salvador (20.6%), Honduras (19.4%), Perú (19.3%), Ecuador (18.7%), Nicaragua (18.6%), Costa Rica (18.3%), Panamá (17.9%) y Guatemala (14.5%).

El Gobierno parece estar comprometido con estimular el crecimiento de las exportaciones de bienes. Es un esfuerzo que va a requerir tiempo y la adopción de políticas económicas sensatas que estimulen a inversionistas nacionales y extranjeros a incursionar en la producción y comercialización de bienes para la exportación. En el ínterin, habría que identificar si existen algunos nichos que nos permitan aumentar rápidamente las exportaciones. Algunos apuntan al reciclaje de desperdicios plásticos y de metales como un nicho que el país debería prestar más atención dado el corto período de tiempo que requiere para multiplicar los niveles actualmente exportados.

Hace unos días se me acercó un economista amigo con una idea interesante, pero realmente macabra. Acababa de estar atrapado en un tapón en la Lincoln con 27 de Febrero provocado, según él, por la decisión de agentes de la AMET de dar un golpe de estado al sistema de 12 semáforos que existen en esa intersección. Según el economista, los agentes de la AMET, por alguna razón desconocida, entienden que pueden administrar y regular el tránsito de manera más efectiva que los semáforos. El profesional de la ciencia lúgubre me planteó que la indignación lo llevó al terreno de la creatividad. “Si los semáforos no están siendo utilizados, deberíamos desmontarlos y exportarlos”. Según sus estimaciones, en el país tenemos unos 14,770 semáforos. Me señaló que leyó una información en un periódico donde se afirmaba que “cualquier aparato del sistema de semáforos cuesta hasta 12,000 dólares”. Según él, “podríamos desmontarlos y venderlos a un precio 30% por debajo de su costo, generando unos US$124 millones de exportaciones.”

La exportación de semáforos, según el amigo economista, tendría otro gran beneficio: un fuerte incremento en la demanda de agentes de tránsito, dando lugar a una considerable creación de empleos formales en los centros urbanos. En algunas intersecciones se necesitarían cerca de 8 agentes de la AMET. El economista estimó que la sustitución de semáforos por humanos crearía entre 15 y 20 mil nuevos empleos. Fue más lejos aún al sugerir que “la medida estimularía el surgimiento de inventores de sombreros refrescantes para agentes de la AMET, que eviten el calentamiento de las neuronas provocado por la confluencia de los rayos del sol viniendo de arriba y las ondas de calor del pavimento viniendo de abajo.” Esos sombreros, según el economista, “evitarían el descontrol del tiempo que evidencian los agentes cuando dan paso durante 8 minutos en una sola dirección, mientras las filas en los tres segmentos restantes de la intersección sobrepasan el kilómetro de vehículos.”

La indignación puede motivar la creatividad. Pero la propuesta de exportación de semáforos ya instalados es descabellada e inaceptable. Mejor invitemos a dos Premios Nóbel en Física y Medicina para que expliquen a las autoridades de la AMET que el semáforo, desde el punto de vista científico, es un instrumento superior al cerebro humano para regular el tránsito. Además, no parece correcto el dato de que un semáforo cueste “hasta 12,000 dólares”. China exporta semáforos de alta calidad en policarbonato y luces LED que terminan vendiéndose en países como Perú en 158 dólares. Un desmonte generalizado de semáforos para su exportación apenas nos produciría unos 2 millones de dólares, los cuales terminaríamos gastándolos en el pago de los honorarios de desmonte. El economista se marchó cabizbajo, seguramente, a un próximo encuentro con otro tapón inducido por agentes de la AMET.

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