Desde la antigüedad, los terremotos han sido la más temida amenaza para la humanidad, porque ellos siempre golpean de manera súbita a la sociedad, generalmente cuando la gente menos los espera, y muchas veces lo hacen con tanta energía, que dejan total destrucción en cualquier nación, como el caso de Puerto Príncipe, Haití, donde una tarde tranquila del 12 de enero de 2010 se convirtió en repentino apocalipsis sísmico que mató 316 mil personas, o como el terrible caso de Sumatra-Andamán, donde el 26 de diciembre de 2004 un terremoto de magnitud 9.2 generó olas de 30 metros de altura que mataron 288 mil personas en Indonesia, Tailandia, India, Kenia y Tanzania, y donde los ciudadanos no fueron previamente alertados del tsunami porque para ese entonces no había un sistema de alerta temprana de tsunamis en el océano Índico.

A partir de ese momento, la comunidad internacional decidió aportar los recursos económicos necesarios para instalar un sistema de boyas para alerta temprana de tsunamis en el océano Índico, sin embargo, la falta de mantenimiento del sistema motivó que durante los tsunamis de los años 2006 y 2012 el sistema fallara, sin que nadie exigiera una explicación y una inmediata solución.

En esta ocasión, más de 1,600 personas han perdido la vida de manera repentina cuando un tsunami con olas de 3 metros de altura se abalanzó contra miles de personas que estaban en la zona costera de la ciudad de Palu para una festividad previamente convocada; pero mientras esperaban la festividad ocurrió un fuerte terremoto de magnitud 7.5 en la escala de Richter, el cual, por tener su epicentro en la zona costera, y por tener rotura hipocentral a 15 kilómetros de profundidad, era mandatorio emitir alerta de tsunami, ya que siempre que un terremoto tiene magnitud superior a 7, epicentro marino, e hipocentro a menos de 15 kilómetros de profundidad, es mandatorio emitir una inmediata alerta de tsunami, porque bajo esas tres condiciones el fondo del mar se ha de mover hacia arriba y ha de empujar la masa de agua hacia los bordes costeros, sin descartar que algunos derrumbes de laderas aumentan el tamaño de las mortales olas.

Pero lo más preocupante es el hecho de que, cumpliendo con las tres reglas anteriores, el servicio meteorológico, climatológico y geofísico de Indonesia había emitido una alerta de tsunami, la cual fue desactivada 28 minutos después de haber sido emitida, debido a que desde los transmisores de las boyas marinas no se había recibido ninguna información que indicara que un oleaje anormal estaba en proceso de avance hacia la zona costera, siendo ese el peor error, pues las autoridades debieron saber que ya en dos ocasiones anteriores el sistema no había funcionado, y si el problema no había sido solucionado no era de esperarse que se reparara sin intervención.

Y la lección aprendida esta vez en Indonesia, y en muchas partes del mundo, incluida la Rep. Dominicana, donde este pasado sábado en la noche se sintió un fuerte sismo de magnitud 5.9 Richter que tuvo epicentro en la isla Tortuga, Port de Paix, Cabo Haitiano, con al menos 12 muertos, es que los sistemas de alerta temprana de tsunamis deben ser revisados y actualizados permanentemente, pues es inaceptable gastar millones de dólares en un sistema de alerta temprana de tsunamis, y que al momento de un tsunami el sistema no funcione, y que esa falla provoque la muerte de miles de personas que en ese momento se encuentren en costas afectadas por grandes olas, siendo necesario que a partir de ahora las grandes redes sísmicas mundiales, como la del Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS), asuman el monitoreo de estos sistemas de alerta temprana, pues, con todos los avances científicos y tecnológicos del mundo de hoy, es inaceptable que miles de personas mueran porque las boyas no estén operando correctamente, o porque sus transmisores no estén funcionando, o porque las estaciones receptoras no estén en servicio, o porque el personal asignado no esté en servicio.

A partir de esta nueva y triste experiencia negativa del tsunami de Indonesia, es necesario que todos los servicios telefónicos de todo el planeta estén interconectados con todas las redes sismológicas, a los fines de que cada vez que ocurra un terremoto de magnitud superior a 7, con epicentro marino, e hipocentro poco profundo, se emita una alerta de tsunami, vía mensajes de telefonía celular, para todas las ciudades costeras ubicadas en un radio de 6,000 kilómetros a partir del epicentro del sismo, radio que podría aumentarse en proporción a la magnitud del sismo, ya que en el tsunami de Indonesia, diciembre 2004, las olas mortales viajaron 9,000 kilómetros, y en el tsunami de Chile, mayo 1960, las olas mortales viajaron 12,000 kilómetros.

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