Siempre fijo posturas, digo lo que pienso y creo. Nunca fijo posturas, casi nunca digo lo que creo ni lo que pienso. A veces fijo posturas y dejo ver mis pensamientos y creencias.

Siempre fijo posturas sobre los temas que me interesan. Realmente hablo y escribo sobre temas que interesan a otros. Generalmente, razono sobre los grandes temas que deberían interesarnos a todos, aunque no nos interesen. Siempre fijo mis criterios porque la vida es muy corta para andarse por las ramas, no acepto callarme ni autocensurarme. Nunca fijo mis criterios, por humildad o extrema sencillez. Total, a quién le van a importar. A veces, cuando suelo fijar mis criterios, lo hago procurando aportar.

Cuando asumo una postura no me importan los criterios de los demás, ni tampoco si es una opinión mayoritaria o si solo unos pocos piensan como yo. Nunca asumo una postura por el temor al señalamiento, o a equivocarme. Si me equivoco el cambiar de posturas después no es tan fácil. Aunque tendría la honestidad de hacerlo. Pero mejor no fijar posturas, para no tener que hacerlo.

A veces fijo posturas, pero con algo de temor al ridículo, con miedo al ¿qué dirán de mí? Realmente no me importa lo que piensen de mí, es mi postura. Si usted no está de acuerdo, fije la suya. Y punto. Así de fácil. Bueno, no es tan fácil, pero así debería ser.

Por estas y muchas otras razones seguiré fijando mis posturas, estableciendo mis criterios. En todo caso mi ámbito de influencia es poco. Por estas razones no fijo posturas, o no lo hago sobre temas que podrían herir, dividir, que sean radicales o que te hagan blanco de “los macarras de la moral”, como diría Serrat, de aquellos que fijan los parámetros de “lo bueno, de la libertad, de lo políticamente correcto” y de un largo etcétera.

Siempre fijo mis posturas porque, a la larga, aunque uno no la fije de manera expresa, siempre termina fijándola. Incluso con el silencio. Con el silencio que es acusador muchas veces, pero otras es cómplice. Para qué buscar “el justo medio”, si siempre te ubicarán en un extremo. Incluso es más fácil ser radical. Además, en nada habrá consenso, estamos condenados a ello. O quizás, la falta de éste es, precisamente, la fuerza que nos impulsa al diálogo constante para construirlo.

Nunca fijo mis criterios porque nunca habrá consenso y el debate entre nosotros no es racional. A veces fijo postura sobre los grandes temas nacionales e internacionales, aportando para el debate racional de las ideas. Por eso no opino; por eso escribo con total libertad.

Dedico esta Pincelada, donde fijo postura, donde no fijo ninguna, donde por momentos lo hago, donde ni una cosa ni la otra, a un gran abogado y amigo que sin temor siempre dice lo que cree y piensa, y a quien le tengo un gran afecto: Rosendo Francisco Moya Tavares, quien sería incluso capaz de gritar a todo pulmón, sin importarle las consecuencias, en el Estadio Cibao, en medio del calor del juego y con las Águilas abajo en el marcador en el noveno inning: ¡Licey campeón! ¡Licey campeón!

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