En Mineapolis eran las 8:25 de la noche del lunes 25 de mayo de 2020 cuando el corazón del ciudadano afroestadounidense George Floyd se vio forzado a detener sus latidos por la asfixia generada luego de que la pesada rodilla del agente policial blanco Derek Chauvin se mantuviera presionando el lateral derecho de su cuello durante casi 9 largos minutos en los que Floyd estuvo tendido sobre el pavimento vial, esposado y sujetado por Chauvin y otros dos policías, mientras un cuarto policía flanqueaba a sus 3 compañeros que asfixiaban en público a un hombre que suplicaba “por favor déjenme levantar, que no puedo respirar”, no obstante que Floyd, que había sido sacado de su auto y esposado de espaldas, en ningún momento se resistió a un arresto derivado de una llamada telefónica desde un establecimiento comercial que daba cuentas de supuesta compra de cigarrillos con un billete falso de 20 dólares.

Pero nada ocurre por el azar, pues justo en el momento en que Chauvin y otros 3 policías, que hoy son cómplices de asesinato, asfixiaban a un Floyd tendido sobre un pavimento asfáltico, pasaba por allí la adolescente Darnella Frazier, quien al ver la brutalidad humana desnudada en su totalidad, se vistió de coraje y de indignación y sacó su teléfono celular para grabar lo que desde su lógica racional era una acción total y absolutamente bestial, protagonizada por un grupo de 4 agentes policiales, pagados con fondos públicos para proteger y defender al público, pero que en lugar de proteger asfixiaban con alevosía a un hombre esposado de espaldas, tendido sobre el pavimento, y sujetado por 3 hombres aunque no se resistía, pero que repetía y repetía sin parar: no puedo respirar, por lo que el largo sufrimiento intencional causado durante los casi 9 minutos en que Chauvin mantuvo su pesada rodilla presionada sobre el cuello del indefenso Floyd entra en la categoría de asesinato sin premeditación, pero sí con alevosía y ensañamiento.

Darnella estaba tan indignada que 6 horas después subió el vídeo grabado a sus redes sociales, y aquellas terribles imágenes de un policía blanco asfixiando alevosamente a un hombre de color, que estaba esposado y tendido sobre el pavimento, provocaron un terremoto social cuyas ondas sísmicas se extendieron desde el punto epicentral en Mineápolis hasta cubrir de costa a costa, y estremecieron la conciencia con tan alto nivel de ira y de indignación, que en toda la nación hicieron salir de sus casas a ciudadanos que se mantenían en cuarentena por vivir en el país que ha sido el más impactado por una pandemia de coronavirus que en Estados Unidos ya ha provocado 2 millones de contagios y 112 mil muertes, por lo que la indignada población tomó las calles de la nación desafiando a la pandemia, desafiando a la policía que usaba gases lacrimógenos, desobedeciendo órdenes de toque de queda, y enfrentándose a brutales empujones propios de una civilización poco civilizada y que cada día disfruta más hacer daño a los demás.

De ahí que la terrible brutalidad primitiva exhibida por los agentes policiales que en Mineapolis asfixiaron a Floyd, y luego por los policías que vinieron a intentar poner el orden en medio del caos social expresado a nivel nacional, desde Mineápolis a Chicago, desde Atlanta a Washington DC y New York, desde Los Ángeles a Oakland, y así en 650 ciudades de costa a costa, demuestra que el problema del odio, el abuso y la brutalidad no es exclusivo de los agentes policiales de esa sociedad, sino que es propio del corazón de una gran parte de los seres humanos que integramos cada nación, y que no importa la vestimenta formal o informal, policial o militar, escolar o eclesial, debajo de cada vestimenta hay un ser humano que cada día exhibe más odio y menos respeto hacia los demás, y sólo basta leer algunos textos publicados en redes sociales para ver cómo mucha gente disfruta insultar, detractar y dañar a los demás.

Al leer la prensa diaria vemos cómo una persona apaga la vida de otra persona por una discusión por un roce de autos en una esquina, por un parqueo, por una deuda de 20 pesos, por celos, por envidia, por una herencia familiar, por una discusión política, o por un complejo social, pero a quien así actúa no le importan los motivos, sólo le importan los resultados de su descarga de odio, pues para muchos humanos deshumanizados lo que importa es odiar y dañar, no importa que la penalidad impuesta como sanción sea la ejecución, pues ninguna sanción ha demostrado ser efectiva en ninguna nación, porque ninguna de ellas ha reducido la maldad, ni mucho menos la brutalidad.

La sociedad ha perdido principios y valores, y en consecuencia se disfruta el ensañamiento que produce el mayor sufrimiento, y sólo el rediseño del currículum escolar podría educar a los niños de la nueva sociedad en los principios del respeto a los demás y en el valor de la vida de los demás, para así lograr reducir los impactos de esta creciente brutalidad que amenaza con destruir a nuestra sociedad.

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