Para todo ser humano es una gran dicha tener una madre que lo cuide, lo proteja y le sirva de apoyo permanente en todos los momentos. Una madre es un gran regalo de Dios para cada hijo o hija que habita en este mundo. Yo, de manera particular, he recibido un mayor regalo de Dios al darme dos madres extraordinarias y ejemplares: Pita, la que me trajo al mundo y ha sido el árbol de vida que me sostiene, y Mami Lidia, mi suegra, que fue siempre el estímulo, el apoyo y la alegría para cohesionar y darle sentido a la familia que he conformado con su hija Zinayda.

Cuando Pita y Mami Lidia, mis dos madres, alcanzaron sus ochenta años, escribí un artículo en el que expresaba mi gran amor y agradecimiento por ellas. En ese artículo reflexionaba lo siguiente: “Cada persona muestra la calidad de sus buenos frutos cuando con sus actuaciones, con su gran amor prodigado, con su protección y ternura, sus acciones se convierten en gotas de rocío que reviven las flores en la madrugadas.

“En la vida tenemos seres humanos que nos marcan para siempre con su ejemplo y cuidado. Que son pilares para el sostén de nuestro andar en este mundo lleno de tantas situaciones difíciles. Son ejemplos poderosos que nos iluminan el sendero y nos mantienen apegados a una actuación que se corresponda con la visión de Dios, siempre sembrando amor sin importar cuáles son las situaciones por las que estemos atravesando. Esos seres son como ángeles que Dios pone a nuestro lado como un regalo permanente para aprender a sembrar amor, ilusiones, sueños, esperanzas, fidelidad y solidaridad.

“Esos seres especiales son nuestras madres. Ellas nos traen al mundo por obra y gracia de Dios y nos educan y nos forman con su ejemplo y su amor sin límites. En mi caso particular, el Señor me ha premiado dándome dos madres extraordinarias que me han servido de soporte, apoyo y estímulo para caminar en la vida sin perder la orientación y sin dejar de siempre hacer el bien. Se trata de mi madre Publia Jiménez, Pita, y de mi suegra Lidia Santos, Mami Lidia.”

El pasado miércoles 7 de junio, una de mis dos madres, Mami Lidia, partió a los pies del Señor. La mamá de mi esposa Zinayda, mi suegra que fue más que una madre, la mujer que nos modeló con su amor y entrega por los demás, la hija de Dios que fue un estímulo y apoyo firme para todos en la iglesia donde nos congregamos, esa mujer que era sinónimo de cariño y solidaridad, subió al cielo y hoy está a los pies de Jesús.

Mami Lidia fue una madre excelente que llevó siempre a la práctica las enseñanzas de Jesús. Ella amó a Dios sobre todas las cosas, amó al prójimo como a sí mismo y se entregó sin límites por los demás. En los momentos difíciles de su vida, siempre el amor y la alegría era su norma. Cada vez que alguien necesitaba su mano solidaria, ahí estaba Mami Lidia dando amor, dando un poco de comida, haciendo un sándwich, dando un consejo o dando un hermosa oración de aliento.

Gracias a Mami Lidia, por haber criado, mantenido y formado a toda una gran familia que hoy la despide con mucho amor y llenos de agradecimiento. Gracias Mami Lidia, por haber sido ejemplo para sus hijos, sus hermanos, sus nietos, sus bisnietos, sus hermanos y hermanas de la iglesia, en fin, para todos los
Gracias Mami Lidia, por haberme ayudado a construir una familia llena de amor, de espíritu de servicio, de capacidad para perdonar y de entrega por los demás. Gracias por cada día regalarme una sonrisa y un consejo, por enseñarme con el ejemplo que una muestra cariño es mucho más poderosa que cien mil castigos. Gracias por enseñarnos que nunca el odio debe estar en nuestros corazones, y ponernos cantar con los labios y el corazón esa linda canción que a usted tanto le gustaba: “Jesús mi fiel amigo, mi dulce caminar, quédate conmigo, no quiero volver atrás…”.

A pesar del dolor y la tristeza que se anida en nuestros corazones, Zinayda y yo, todos sus hijos, nietos y bisnietos, damos gracias a Dios por habernos regalado a Mami Lidia y haber permitido que estuviera con nosotros más de ocho décadas. Y es firme nuestra esperanza de que la veremos nuevamente allá en el cielo junto a Jesús, nuestro Señor y Salvador.

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