Hace poco falleció Guillermo Rivera -Falls Church, Virginia (81 años)- un amigo, profesional y ser humano fuera de serie, pues era un hombre de una formación integral que combinaba la economía -su área de competencia y especialidad-, la política y su larga trayectoria de funcionario internacional (CEPAL, BID, BM, OEA) con dominio, registro anecdótico y sapiencia sin igual. Era, además, un políglota y conocedor, al dedillo, de las intríngulis más escabrosas en la capital de los Estados Unidos donde lo conocí y tuve la oportunidad de trabajar con él y, de manera privilegiada, conocer, también, a su distinguida esposa, María del Carmen Prosdocimi de Rivera, una intelectual, investigadora y académica de alto vuelo -ensayista y crítica literaria en el país y la región que la inolvidable Maria Ugarte integró a su equipo de periodismo literario-cultural (en este mismo periódico)- y ser humano excepcional que hizo la presentación de mi libro La otra cara de la política (2013).

Cierto que el amigo ya no está, pero quedan aquellos años de aprendizaje -más que nada, uno de él-, trabajo arduo (Misión-RD-OEA) y lo que siempre valoré en el amigo ido: su irreverencia, rebeldía, crítica, desparpajo y ocurrencia (tenía un singular sentido del humor y risa irrefrenable); pero, sobre todo, su dominio de los entretejes políticos y financieros de una organización internacional -la OEA- que pocos conocieron, como él, en su operatividad, cotidianidad e historia política y de intereses geopolíticos contrapuestos…

Conversando con él, al vuelo, uno intuía su destreza profesional y su aquilatada experiencia; y, en mi caso, siempre me preguntaba: por qué este hombre, con tantas relaciones, experiencias en organismos internacionales, políglotas y dominio sobre el Caribe -nuestra mágica, rica y diversa región étnica-lingüística-cultural-, no fue mejor aprovechado y distinguido, al más alto nivel, por nuestro país y gobiernos de turno. Ese olvido o caso insólito, tal vez se explique por su irreverencia y espíritu crítico que siempre exhibió.

Pero, sin duda, lo que más auscultaba en Guillermo Rivera, era su conocimiento y relaciones con los países del Caricom, Centroamérica y Sudamérica; quizás, como nadie en Washington, DC. Ese dominio -socioeconómico-geográfico-cultural y político- lo hacía un profesional cuasi enciclopédico y de consulta obligada que había que saber decodificar por su natural tendencia a lo anecdótico y fáctico.

En fin, Guillermo Rivera era un hombre de Estado, de sobrada competencia profesional -hizo maestría y doctorado en Brasil y Francia-, acentuada preocupación o sensibilidad social y un tipo que se la cantaba a cualquiera; de ahí su frase de conjuro y rebeldía: “Me da tres pitos y la flauta de Bartolo” para responder a inteligencia de vitrina y privanza fingida. Guillermo Rivera, también, fue un pugnaz y temido conocedor del álbum genealógico y político de riquezas de no tan santa procedencia -Era de Trujillo, bonapartismo balaguerista, y post también-. Quizás ello explique por qué no ocupara (y sabrá si nunca le importó o interesó) algún ministerio o representación -plano nacional e internacional- pues calificación profesional le sobraba…..

!Que en paz descanse!, recordado amigo…

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