La respuesta de Israel al ataque del grupo Hamas del 7 de octubre, devino en un conflicto bélico que impacta la Franja de Gaza y partes de Cisjordania, con amplias posibilidades de que pueda extenderse a otras naciones árabes vecinas con las cuales el Estado sionista tiene marcadas diferencias.

Analistas estiman que el Líbano, Siria e Irán podrían sumarse a la guerra en los próximos meses, dejando entrever que habrá nuevas escaladas de inimaginables dimensiones, pues se recuerda el poderío iraní de armas nucleares, que en reiteradas ocasiones han puesto a ese país bajo la mirada y las sanciones de la comunidad internacional.

La prolongación del conflicto arrastra consigo muchas interrogantes, que a su vez crean incertidumbre, sobre el impacto en la economía global de los precios del petróleo y su efecto dominó en los bienes y servicios.

La escasez de petróleo por la alteración de las cadenas de suministro, el aumento de la inflación y las variaciones en las proyecciones de crecimiento, son algunas de las posibles consecuencias de esta guerra. Estudiosos del tema han planteado la posibilidad de que el barril de crudo llegue a ubicarse entre los US$90 y los US$154 en los próximos 12 o 18 meses, si al conflicto se suman los estados árabes previamente citados.

De hecho, la reducción de la producción y exportación de petróleo por parte de Rusia y Arabia Saudita, por lo menos hasta que concluya el 2023, derivó en que se rompiera la barrera psicológica de los US$90 por barril en septiembre de este año, cuando el intermedio de Texas (WTI, por sus siglas en inglés) cerró en US$90.25, una tendencia que también se reflejó en el Brent, que concluyó la jornada en US$93.62.

El panorama económico estará condicionado por el acontecer en Medio Oriente, donde se ubican parte de las grandes naciones productoras del también llamado oro negro.

El escenario no se proyecta halagüeño. Las teorías conspirativas proliferan y una de ellas sugiere que Israel utiliza el nacionalismo como mecanismo cohesionador.

Tal señalamiento cobra mayor fuerza tras el anuncio del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, de la formación de un Gobierno de coalición con la oposición política, con la que estableció un gabinete de guerra, que nombró en cargos estratégicos a quienes hasta hace poco eran sus adversarios.

Lo que se percibe en el marco de este teatro de operaciones, es la distribución de roles dentro de Israel para mantener el equilibrio del poder político para garantizar la estabilidad interna.

Es oportuno observar como se ha traducido la guerra en los medios de comunicación internacionales, donde se difunde la condena a los ataques inmisericorde contra una población palestina vulnerable, que no cuenta con la capacidad armamentista ni los recursos del Estado sionista, cuyo accionar es cuestionado y rechazado por líderes políticos de distintos países, algunos de los cuales están a favor del reconocimiento como estados libres y soberanos de Israel y Palestina, como una vía para propiciar la convivencia pacífica de ambos pueblos.

Por otro lado, el Gobierno israelí ha buscado crear conciencia sobre las repercusiones del ataque del 7 de octubre, contando las historias de los cientos de personas que continuan secuestradas en la Franja de Gaza y de aquellas que fueron asesinadas en el vil ataque.

Indistintamente del resultado final de esta guerra, la misma provocará cambios en las relaciones entre los países que forman parte del conflicto, con sus alcances en el tablero geopolítico; en el aspecto económico, tal y como señalamos; en el ámbito de la seguridad y la defensa, por el andamiaje que conllevan las operaciones en materia de logística, recursos humanos y el apoyo de los países aliados; y finalmente, en los medios de comunicación, que no son ajenos a manipulaciones o desinformaciones, especialmente con el avance de la inteligencia artificial.

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