Por consenso general -claro, obviando al sector más recalcitrante y rancio de la nación fundada por el patricio Juan Pablo Duarte-, José Francisco Peña Gómez debe figurar en un jugar muy especial de la historia política nacional. Ser considerado, además, como un paradigma de la democracia dominicana y continental. Porque los hechos no mienten. ¡Ni la historia tiene reversa!
En el acontecimiento más trascendental de la historia moderna, digamos marcada por las décadas de los 60, 70, 80 y 90, la figura de Peña Gómez tiene una mención singular.

¿A cuál acontecimiento tan históricamente extraordinario me refiero? Al registrado el 24 de abril de 1965.

Fue el estallido de la Revolución de Abril de 1965 en el que el pueblo dominicano, harto de que se trastocara la democracia, se lanzara (en armas) a las calles para unirse a un grupo de patriotas militares que sacó del poder usurpado por la canalla de la política vernácula.

Peña Gómez, de unos treinta años de edad -en su rol de secretario de propaganda del Partido Revolucionario Dominicano (PRD)-, llamó al pueblo a que se manifestara solidario con los militares democráticos que a posteriori se les bautizó como militares constitucionalistas.

Juan Bosch, quien ganó la Presidencia de la República tras la consulta electoral del 20 de diciembre de 1962, fue derrotado por militares “gorilas” aquel fatídico 25 de septiembre de 1963.

Peña Gómez, con su sólida voz de locutor, hizo el llamado al pueblo para -sin vacilar- lanzara el grito de guerra, de vuelta al Palacio Nacional del presidente derrocado.

Su llamado, escuchado por las grandes masas populares -entre ellas muchachos cuyas edades oscilaban entre los 12, 13 y 15 años-, fue determinante para que el país se liberara de las lacras políticas que gobernaban de manera ilegal.

Peña Gómez se convirtió en una de las claves que dieron al traste con el estallido armado que cuatro días después (el 28 de abril) pasó a ser una guerra patria tras la invasión a territorio nacional de 42,000 marines de Estados Unidos que llegaron para proteger, según la justificación de la poderosa nación de Norteamérica, las vidas de ciudadanos estadounidenses que residían en el país.

En todo el trayecto de la revuelta democrática Peña Gómez se mantuvo, con firmeza sinigual, junto al gobierno constitucionalista que durante cuatro meses -el tiempo que duró la guerra que buscaba la vuelta a la Constitucionalidad- dirigió el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó quien siempre elogió la actitud patriótica del fogoso joven dirigente perredeísta.
Continuará…

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