Hace más de un siglo, decía G. Mosca, quien acuñó la frase que encabeza este artículo, que “la monarquía y la democracia son regímenes aparentes, porque el único régimen político real, es el de la minoría que gobierna a la mayoría. “Los participantes de esa clase luchan por la preeminencia, cuyo resultado depende de factores objetivos, como el nacimiento y la fortuna, cuanto, a factores subjetivos, como su ambición y capacidad de trabajo”. Política es: “El arte de gobernar”, “el arte de lo posible”. Se entiende la ciencia política como ciencia social, “que estudia dicha conducta de una forma académica utilizando técnicas de análisis político; los profesionales en esta ciencia adquieren el título de politólogos, mientras quienes desempeñan actividades a cargo del Estado o se presentan a elecciones, se denominan políticos”. Preocupaciones de diferentes tonalidades, matizan las sociedades del mundo acerca de la política, de su ejercicio y de quienes la ejercen. En la valoración local, existe una clara desmitificación de ese quehacer, con notable pérdida de su magia, donde no se les percibe como creadores ni viabilizadores de bienestar colectivo. Se piensa que el motor y la motivación, “Leitmotiv”, como diría un “cienciólogo” del patio, es la búsqueda de “lo mío”. Actitudes calcadas, como comportamiento propio de los de su “tendencia”, que se traduce mejor en el término “clan político”. Se manifiesta lo folclórico, lo que caracteriza al criollo que pertenece a esa “clase”, como ha sido por decenios. Es una forma de escalar socialmente y rápido. El ingrediente del tigueraje y el oportunismo se manifiesta de manera descarnada. Creemos que la existencia de esa clase es vital para el gobierno democrático y republicano que como esencia hemos aceptado los dominicanos, como sistema político. Y cabe un “pero”, con una clase más profesional, conocedora de realidades, con ética y moral a tono con el ejercicio político, temerosa de Dios y de las consecuencias ante la ciudadanía, de sus desvíos e inconductas. Transparente, sin ceguera, miopía o tremendismo político agudo, que evite que, por sensacionalismo o censura, ponga en peligro los pilares productivos de la economía nacional. El ascenso social y la adquisición de fortuna, no es en sí censurable; lo que, si lo es en Derecho, aunque no de hecho, es hacerlo a costa del bienestar común o de los recursos colectivos, supuesto a bien gerenciar y jamás para beneficio propio o de un grupo. Erradiquemos la cultura aceptada de que el funcionario, político profesional o improvisado, accede al Estado para “hacerse”; que pasa factura por su labor proselitista o de activismo político en el carnaval electivo, enseñando sin rubor su progreso, “comiéndose la gallina sin esconder las plumas”, como reza la frase atribuida al Presidente Ulises Hereaux (Lilís). El país precisa de liderazgos genuinos, capital político para suceder, con conceptos desarrollistas e ideas integrales, que tengan al ciudadano como objeto de sus esfuerzos, ejecutor de planes de largo alcance, para liberar al país de sus cadenas y lastres que esa misma clase ha contribuido a aumentar.

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